En una época en la que el desarrollo de nuevas
tecnologías hace posible la conectividad y comunicación entre personas y
aparatos a través de técnicas o métodos que, hasta hace cuatro días,
pertenecían a la esfera de la ciencia ficción, parece que la conexión entre la
población y la clase política presenta dificultades de cierta envergadura. Y no
se trata de fallos localizados en las redes inalámbricas o sistemas
informáticos, incidencias cuya resolución esté en manos de cualificados
técnicos en telecomunicaciones e informática, sino del deterioro existente en
el vínculo de la confianza, de difícil restablecimiento cuando la corrosión
padecida por el sistema continúa desgastando sin contención el bienestar bruto
nacional, mientras se fortalecen e incrementan los patrimonios particulares de
un reducido sector de la población. Para combatir el desafecto y recuperar la credibilidad
perdida hay que aplicar un tratamiento político que tienda a invertir semejante
situación antisocial.
Si tal como
pronostican los amantes y devotos de la ley de la selva, que reserva y asigna
la figura del león a unos cuantos y la de cebra al resto, no fuera posible
configurar otro escenario social que el de comer y ser comido, ¿qué valores
deberíamos transmitir a los menores? Mira, hija, cuando escuches hablar de
cuestiones tales como la solidaridad, la empatía o la ética, no hagas demasiado
caso, porque con semejantes valores o principios estás perdida (sin eufemismos,
jodida); tú vete a lo tuyo e intenta pillar todo lo que puedas, pues es la
única actitud para abandonar la adversidad y la miseria. Hay que mentalizarse y
asumir el desequilibrio extremo, hay que elegir entre la opulencia o el abismo,
hay que acostumbrarse a ver las huellas de la desnutrición esparcidas por los
barrios de los flojos e incompetentes. En resumen, uno debe olvidarse de
idealismos y demás tonterías condenadas al fracaso.
Si a estas alturas de la película el ser humano es incapaz de atisbar y creer en un mundo más justo y atractivo, ¿damos pena o damos asco?
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