Camilo José Cela Conde
Tengo para mí que
quienes dicen que el problema catalán ha quedado en precario a causa del
batacazo electoral de Convergència i Unió, se equivocan. Lo que ha
quedado bien claro es que, puesto a optar por la independencia, los
votantes prefieren a los partidos independentistas de verdad. Pero los
menos extremistas han ido de su mano al pedir un cambio radical en la
estructura del Estado; uno que implica la reforma de la Constitución
para dar paso al federalismo o como se le quiera llamar, destrozando la
fórmula de la transición del café para todos. Quien va a tener un
problema espinoso en las manos es Mariano Rajoy, quien tendrá que pactar
nuevas fórmulas fiscales -el alma del federalismo, del aforamiento o de
lo que se le quiera llamar- para Cataluña sin que entre en barrena el
Estado de las autonomías. Porque, ¿cree alguien de verdad que la suma
del Partido Popular y Ciutadans, los únicos partidos que aceptan la
España de las Autonomías en Cataluña, puede llegar a ser alguna vez una
alternativa de gobierno allí? Si la solución que propugnan Esquerra
Republicana, Iniciativa y los nuevos parlamentarios de la Candidatura
d´Unitat Popular se da por inviable a corto plazo, queda como única
alternativa el proyecto político de una reforma a fondo del Estado,
manteniéndolo como tal. Y en ese trayecto será necesario convencer a los
catalanes -a los ciudadanos, más que a los partidos políticos- de que
el déficit fiscal, si existe de verdad, cosa a comprobar con un rigor
absoluto de métodos y cifras, va a resolverse.
Queda pendiente el problema nada trivial de formar un gobierno de Cataluña apto a la vez para seguir por esa senda política y para lidiar con los problemas económicos inmediatos. El pacto de la legislatura anterior entre convergentes y populares resulta hoy muy difícil. El más natural, el de CiU y ERC, supone un riesgo tremendo para Mas y sus gentes porque lo peor que pueden hacer es dar alas a quienes les han arrebatado la bandera independentista. Lo más natural, si se quiere a la vez que Cataluña sea gobernable y que logre un nuevo reparto del pastel estatal, sería la coalición entre convergentes y socialistas, fórmula que se ha mostrado eficaz en Euskadi. Pero el País Vasco tiene desde hace siglos el concierto foral que busca Cataluña ahora, cosa que convierte en muy difícil esa salida más suave. Y los socialistas están en la UCI.
Rajoy
y Mas quedan condenados a entenderse en unas condiciones que el órdago
independentista ha convertido en incómodas y muy complejas. Ni el PP
puede permitirse una solución que derrumbe su poder en las comunidades
autónomas más reacias al cambio del status quo, ni CiU puede buscar
amparo, tras los resultados electorales, en la amenaza del
independentismo que llama a la puerta. Un partido socialista fuerte
haría más cómoda la búsqueda de una salida al caso actual pero ésa es,
hoy hoy, la utopía más difícil de todas.
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