Alejandro Prieto
Desde que nací, allá por la década de los
60, he tenido la fortuna de asistir y palpar una época de extensión y progreso
del bienestar de la mayor parte de la población española, dejando atrás una
densa estela de sufrimiento, dureza y dificultad que oscureció la atmósfera de
distintas generaciones.
Aunque resulte paradójico y bastante
decepcionante, puede decirse que en la adolescencia veía la vida en color
y la televisión en blanco y negro, y en la madurez vislumbro un futuro en tonos
grises en un entorno saturado de pantallas y monitores de alta definición. Sin
embargo, mostrar resignación ante los graves desequilibrios sociales
existentes, renunciar a corregir errores y despropósitos, así como condenar el
ejercicio de la autocrítica al ostracismo, no ha sido la actitud tomada por
quienes trabajaron para dejar en nuestras manos un mundo más decente.
Las condiciones de vida de la
ciudadanía deben tomar una dirección distinta a la actual, pues no
se trata tanto de carencia o escasez de recursos, sino de aportar racionalidad,
sensibilidad, empatía y compromiso a la hora de llevar a cabo la redistribución
de los mismos.
A través del estudio de restos
ancestrales hallados en excavaciones, como es el caso del yacimiento de
Atapuerca, los investigadores creen que entre aquellas gentes ya se tendía una
mano a quien presentaba incapacidades físicas (congénitas o adquiridas a lo
largo de la vida) que le impidieran participar con normalidad en las tareas
elementales requeridas para procurar la sostenibilidad y supervivencia del
grupo.
Han transcurrido más de medio millón de años y, tristemente, el retrato
de la realidad mundial está salpicado de manchas de ambición e indiferencia. Aunque la evolución de la especie ha sido extraordinaria en distintos
aspectos, en cuestión de comportamientos y actitudes la cosa cambia.
EL NARCISISMO COMO ENFERMEDAD POLÍTICA
Detecto también rasgos de narcisismo en las discusiones políticas de la
izquierda motivadas por la crisis económica actual, el deterioro de la
democracia y la aparición de nuevas formas de rebeldía en movimientos
como el 15-M. Hay muchas virtudes en el 15-M. La denuncia de la política
institucional que se separa de la calle, la crítica a las cúpulas de
unos partidos acostumbrados a confundir el bien del país con el interés
de los poderes financieros y la superación de la dialéctica
bipartidista, tan ruidosa como superficial, abren perspectivas muy
importantes. De mucho valor son también las exigencias de una democracia
real, participativa, transparente, más horizontal que vertical. Pero
todas estas virtudes pueden convertirse en defectos si sólo sirven para
dar pie a un descrédito generalizado de la política y de las
instituciones democráticas al grito de “todos son iguales”.+@Luis García Montero
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