Antonio Aramayona
Todos recordamos manifestaciones recientes de policías (nacionales y locales) en las calles de nuestra ciudad donde denunciaban públicamente la política de recortes del Gobierno y exigían el reconocimiento de algunos de sus derechos fundamentales. Es igualmente de justicia recordar la lucha que un numeroso grupo de Guardias Civiles sostuvo desde la AUGC a fin de lograr un estatuto civil y democrático de sus estructuras y sus funciones, lo que costó a más de uno un sinfín de sanciones y sanciones punitivas.
Asimismo, hace unos años tuve el honor de leer en su nombre y ante los medios de comunicación un manifiesto firmado por todos los sindicatos de policía y guardia civil (son legión) donde reivindicaban derechos cívicos, laborales y sociales básicos que cualquier ciudadano demócrata habría apoyado y suscrito. Son los mismos policías que se enfundan el caso, las coderas, el chaleco y el escudo de los antidisturbios para preservar “el orden” en manifestaciones y concentraciones.
Se ha hablado mucho últimamente sobre la proporcionalidad, por ejemplo, de las fuerzas policiales con ocasión de algunas concentraciones del 25S “Rodea el Congreso”, pero sería igualmente conveniente plantear qué pasa realmente por las mentes de esos policías al reprimir intereses económicos y sociales que ellos mismos reivindican y al acordonar una zona para defender así la seguridad de unos parlamentarios que en su inmensa mayoría muestran muy poco interés por escuchar y poner solución a los problemas del pueblo.
Estoy convencido de que una buena parte de la policía corre el riesgo de convertirse en carne de psiquiatra ante tamaña esquizofrenia entre su vida personal y su quehacer corporativo: defienden un supuesto orden de los que consolidan el desorden económico, familiar y social de gran parte de la población ciudadana. Garantizan la seguridad de quienes han decidido, por ejemplo, la bajada de sus salarios o la no percepción de la extra en diciembre. Pegan –algunos despiadadamente- al pueblo al que pertenecen, desde el falaz argumento de la obediencia debida (para entrar en los Cuerpos respectivos, deberían visionar obligatoriamente la película –clásica y vetusta- Vencedores o vencidos, donde se juzga en Nuremberg a un grupo de jueces nazis que pretenden ampararse en la obediencia debida para justificar atroces crímenes contra la humanidad).
Hace años tuve la fortuna de conocer a Ramón, un policía nacional que rezumaba bondad por los cuatro costados. A veces me viene a la cabeza la pregunta de qué puede estar haciendo Ramón cuando le toca operar como antidisturbios. En tal caso, o bien le sangrará el corazón o se habrá hecho objetor y llevará ya tiempo fuera del Cuerpo o visitará dos veces a la semana a un psicoanalista que no cobra mucho y le ayuda a sobrellevar su esquizofrenia.
DdA, IX/2.217
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