sábado, 8 de septiembre de 2012

LA EDUCACIÓN EN LA CRISIS DEL CAPITALISMO*


Adolfo Muñoz

Cuanto más sumido está el capitalismo en su crisis, más nos reclama en sacrificio. No se trata ya de darle ocho horas de trabajo o sufrir el paro, sino que mediante la industria del convencimiento, y ante la escasez de clientes, el capitalismo estruja nuestra conciencia más y más.

El niño no puede jugar con juguetes aptos para su desarrollo personal, pues eso sería una ruina. Para mantener a flote enormes industrias, el niño tiene que sustituir el sano juego que incentiva su imaginación y creatividad, en el que él mismo es protagonista, por su permanencia frente a diversas pantallas electrónicas que lo anulan como niño y como ser humano.

Pero después llega al colegio, y encuentra que las materias que le ayudaban a ser persona son sustituidas por las que lo convierten en trabajador, tanto más importantes cuanto más escaso es este. Él mismo, con el apoyo de sus padres, aprende a protestar contra las asignaturas “que no valen para nada”, es decir, aquellas que lo desarrollan como ser humano.

No solo eso: aprende que el aprendizaje, el don más valioso del ser humano, es solo un medio tedioso para conseguir dinero algún día. Si tiene suerte, es decir, si sus padres tienen ocho horas de trabajo al día, apenas podrá verlos durante su infancia. No importa: tiene unas cuantas pantallas con que sustituirlos.

Gracias a esas pantallas y a la ausencia de padres, se volverá asocial. Al fin y al cabo, no tiene a nadie para enseñarle las normas de urbanidad que facilitaron el trato humano durante la época moderna. Para relacionarse con otros a lo largo de su vida, es posible que necesite el alcohol. Después, la industria del convencimiento le habrá enseñado que solo merecen la pena las cosas que cuestan dinero. Será incapaz, por eso mismo, de ser feliz. Mejor así: está demostrado que las personas infelices consumen más. Pues, además, probablemente se le habrá enseñado que es un fracasado. Hace cien años no había fracasados porque cada uno tenía su sitio. Por el contrario, el fracasado no tiene sitio. Debería morirse, pero la mayoría no se atreve, si bien la drogodependencia puede ser una aproximación muy interesante económicamente.

El fútbol en televisión le enseñará que unos territorios deben competir con otros. El tenis, que las personas deben competir entre sí. El cine industrial, que el mundo está lleno de malos, y que hay que armarse contra ellos. Pero quizá la enseñanza más importante de todas se la proporcionen los concursos televisivos: estos le inculcarán que el dinero es el bien supremo, y que no tiene por qué ser recompensa de nada.

Si llega a poseer algo, aprenderá que se lo pueden quitar, y a gastar dinero en muros, alarmas, candados, seguros, guardias y ejércitos.Y se utilizarán sus más íntimos apetitos para venderle de todo. Su sexualidad se reconducirá sabiamente para hacerle desear todo aquello que no encontraría comprador sin la industria del convencimiento.

*Artículo decimotercero de la serie El Instante: reflexiones sobre la crisis

No hay comentarios:

Publicar un comentario