sábado, 29 de septiembre de 2012

¿DEMOCRACIA O INDUSTRIA DEL CONVENCIMIENTO?


Adolfo Muñoz

La prueba más rotunda de que nuestras sociedades no son democráticas es que en los parlamentos la proporción entre fuertes y débiles está invertida, de tal manera que el noventa y ocho por ciento de los diputados representa a un dos por ciento de fuertes y un dos por ciento de diputados representa a un noventa y ocho por ciento de ciudadanos débiles. Esto es así porque, evidentemente, las elecciones miden la capacidad propagandística de las distintas fuerzas, no los intereses de los electores. Son elecciones basadas en el convencimiento, y por tanto en el engaño que el más fuerte ejerce sobre el más débil.

Más de uno se ha preguntado por qué, si la crisis actual es obviamente una crisis del capitalismo o libre mercado, una crisis originada por la desregulación de los mercados financieros que se llevó a cabo bajo el triunvirato Reagan-Thatcher-Juan Pablo II, por qué, decía, parece haberse cebado en muchos gobiernos “de izquierda”. La razón es doble: que nuestros gobiernos de izquierda no son tal; y que en la política actual tu aceptación no depende de lo que hagas, sino de lo que cuentes.

Vamos a lo primero: los gobiernos de izquierda no son tal. Evidentemente, una cosa son los militantes y otra los gobernantes. Sí, los gobernantes salen de entre los militantes, pero atravesando un fino filtro que solo permite pasar a aquellos que no opondrán resistencia al verdadero poder. Podemos suponer que el filtro falla a veces, y que entonces alguien verdaderamente comprometido con la justicia social puede llegar al gobierno. En tal caso, cuando lo haga se dará cuenta de que tiene poder solo en la medida en que renuncie a elegir qué es lo que quiere hacer. No habrá para ese mandatario verdadero poder: solo un cargo que ocupar.

Y vamos a lo segundo: tras el lema de la libertad, la derecha esgrime el lema del conservadurismo. Son muchos los seducidos por la peregrina idea de que la derecha es conservadora. Esta es otra mentira colada a partir de la incansable repetición. Da igual que, día tras día, sean las personas de izquierda las que tratan de dejar las cosas lo más parecidas a como están, las que tratan de conservar derechos sociales, las que abogan por preservar la naturaleza y por mantener los conjuntos históricos de las ciudades, por proteger tal o cual especie y por conservar lo poco que llegamos un día a alcanzar de los ideales básicos del mundo moderno: la libertad, la igualdad y la fraternidad. 

El brazo político de la Iglesia Católica, que ganó las elecciones en España en noviembre de 2011, lo hizo merced a la capitulación de la izquierda y en nombre del conservadurismo. Poco importó su amplísimo historial delictivo: si uno domina los medios de comunicación y carece de todo escrúpulo, la victoria es suya.

Merced a la industria del convencimiento, en España los fuertes pasaron a ser un poco más fuertes, y los débiles, muchísimo más débiles.

SOBRE LA INDIGNACIÓN Y LA PROVOCACIÓN

Sembrar el miedo para evitar el ejercicio de derechos fundamentales es una táctica propia de los regímenes totalitarios. Difícilmente puede hablarse de democracia cuando un importante sector de la ciudadanía asume que, con independencia de motivaciones políticas de una u otra índole, el precio de encontrarse en el sitio equivocado (por ejemplo: una estación de trenes) en el momento equivocado puede ser una detención.
Nada es baladí. No fue imprevista la entrada irracional de la policía en las instalaciones de Atocha —a más de un kilómetro del Congreso— y tampoco ha sido fruto del azar el rumor de que los detenidos podrían ser puestos a disposición de la Audiencia Nacional. Todo parece ser el resultado de una estrategia deliberada con la que, a los efectos de evitar próximas protestas ante los recortes presentes y futuros, se busca instalar un clima colectivo de incertidumbre y temor que devenga en silencio y, tácitamente, en legitimidad del estado de las cosas.
Desde la responsabilidad y el compromiso, los ciudadanos debemos ejercer libremente nuestros derechos. No aceptemos el mensaje de los que alaban a supuestas “mayorías silenciosas que no se manifiestan”. Ni los derechos nacieron del miedo, ni se defienden en el silencio.— Álvaro Perea.
 
DdA, IX/2189

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