sábado, 18 de agosto de 2012

LA FELICIDAD*



Adolfo Muñoz


Es difícil saber si el mundo, en su conjunto, es mejor o peor ahora que hace cincuenta años. Un francés probablemente no tenga duda en responder que peor; un español, pese a la crisis actual, no lo tendrá tan claro. Las estadísticas no siempre arrojan datos claros ni coherentes.

Sobre el hambre en el mundo, algunas indican que ha aumentado; otras lo contrario. El Índice Global del Hambre, que combina tres indicadores de igual ponderación (porcentaje de subnutridos en el total de la población; frecuencia de la insuficiencia de peso en los menores de cinco años; y tasa de mortalidad en menores de cinco años) arroja una cierta mejoría de la situación en los últimos dos decenios. En cualquier caso, en el mundo sigue habiendo cerca de mil millones de personas que sufren hambre, una séptima parte de la población total. (Acabo de escribir “sigue habiendo”, y me doy cuenta de que yo mismo caigo en la trampa que tantas veces me irrita encontrar en periódicos o telediarios: los verbos modales, como los adverbios, se cuelan sigilosos, con su apariencia inocente, para transmitir la ideología dominante, según la cual, todavía, el mundo va a mejor.)

Lo que es evidente es que en el mundo de hoy es una vergüenza que siga existiendo el hambre. Vivimos en un mundo inmensamente rico, y que debería serlo aún más. La producción de alimentos se ha simplificado y abaratado tanto gracias al desarrollo científico y técnico, que ya no es necesario destinar a esa producción más que una pequeña parte del trabajo que no era necesario hace un siglo.

El desarrollo de la ciencia y la técnica en este siglo ha sido abrumador. Sin embargo, solo parcialmente ha dado lugar a mejoras sociales. La medicina, por ejemplo, ha alargado la vida de los habitantes de los países ricos, pero no ha hecho de esos decenios ganados a la muerte algo digno de ser vivido; en los países pobres, los niños mueren por enfermedades que serían perfectamente curables con un poquito de dinero, mientras ese dinero se destina a afear a los ricos con cirujías antiestéticas.

Otro factor determinante de felicidad es la igualdad. A mayor desigualdad económica, mayor malestar social, incluso para los ricos. Y sobre esto sí que no cabe duda: la brecha entre pobres y ricos no ha parado de crecer en las últimas décadas. En Estados Unidos, el 1% más rico de la población posee ahora más que el 90% más pobre. Durante los años de establecimiento de las medias neoliberales, el sueldo de un directivo pasó de equivaler al de 40 trabajadores a equivaler al de 400 trabajadores. En Rusia y la India prosperan los multimillonarios en fértiles terrenos abonados de muertos de frío y hambre. En la España que pone candados a los contenedores de basura, brota como una hermosa flor el tercer empresario más rico del mundo.

*Décimo artículo de la serie El instante: reflexiones sobre la crisis

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