sábado, 25 de agosto de 2012

EL FUTURO DEL PASADO*



Adolfo Muñoz

La diferencia entre lo que fuimos y lo que somos es insignificante si la comparamos con la diferencia entre lo que somos y lo que esperábamos ser. Pues hace un siglo, aun sin sospechar que el progreso científico y técnico pudiera llegar a lo que ha llegado, la humanidad imaginaba un futuro inmensamente mejor del que después se ha labrado. Voces discordantes las había, sin duda, pero ni los más pesimistas, como Aldous Huxley, que en 1932 publicó la versión original de Un mundo feliz, ni Ray Bradbury, con su Fahrenheit 451, publicada en 1953, fueron capaces de imaginar la pesadilla actual.

En el pasado de hace cincuenta o cien años, el futuro se concebía en términos optimistas, y las distopías de Huxley y de Bradbury amenazaban con un mundo sin libertad, sin cultura, sin realización personal, pero no con hambre. Hace cien años, se tendía a pensar que a cien años vista la humanidad estaría trabajando muy pocas horas al día y dedicando el resto al disfrute de la naturaleza y el deporte, de la gran literatura y de las obras cumbres del arte, a las que la tecnología permite hoy acceder a nuestros hogares con total facilidad, al gozo de la cocina y de la jardinería, del amor, la amistad y la pedagogía, de la conversación inteligente y del descubrimiento de otros mundos. El progreso científico y tecnológico iba a poner todo eso en manos de las personas normales y corrientes.

Frente a lo que esperábamos, he aquí lo que tenemos: parte de la humanidad sumida en la miseria, y el resto en la incultura y la brutalidad. La superstición, en forma de religión o de todo tipo de idioteces sobrenaturales, se adueña de la mayoría de los cerebros. La televisión, el mejor instrumento imaginable para la instrucción pública, como se decía antes, extiende por todas partes la ideología del egoísmo, del dinero, del materialismo, del terror, de la desconfianza, de la competencia, del infantilismo. Nacionalismo y religión, que parecían casi superados, se han extendido en los últimos cuarenta años al par que el neoliberalismo y la infelicidad. Una mayoría de la humanidad, aturdida por miles de horas de imbecilidades televisivas, se ha vuelto incapaz de comprender un argumento sencillo explicado con claridad. Somos lo que comemos, se dice. Sí, pero sobre todo somos lo que ingerimos intelectualmente. Y, sin darnos cuenta, a base de ingerir basura, nos hemos convertido en basura.

El progreso científico y tecnológico se ha portado incluso mejor de lo esperado. La culpa de lo que nos ha pasado no es suya, es de nuestro sistema económico. Al capitalismo habrá que reconocerle los méritos conquistados a lo largo de quinientos años. Pero hoy día, en su etapa neoliberal, no es sino un cuerpo gangrenado, y los síntomas de la gangrena los tenemos ante nuestros ojos.

*Undécimo artículo de la serie El Instante:reflexiones sobre la crisis

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