sábado, 21 de julio de 2012
LA SARTÉN POR EL MANGO O LAS CONSECUENCIAS DE NO REPARTIR BIEN EL TRABAJO*
Adolfo Muñoz
La primera consecuencia de no repartir el trabajo entre todos los trabajadores, de forma que trabajemos menos pero trabajemos todos, es que los empresarios tienen la sartén por el mango, y están en condiciones de ofrecer y exigir lo que les viene en gana, en tanto que los trabajadores tienen que aceptar lo que sea. Por supuesto, siempre están las leyes para frenar los deseos incontrolados de los empresarios. Pero resulta que las leyes las dictan los que tienen la sartén por el mango.
Sin dinero no hay posibilidad de vivir en nuestro mundo, así que uno tiene que ponerse en disposición de hacer absolutamente cualquier cosa por conseguir trabajo. Tal vez aún no hayamos llegado muy lejos por este camino. Por ejemplo, no hemos llegado a matar para robarle a la víctima su puesto de trabajo. Pero, si seguimos por el camino que llevamos, es posible que algún día la humanidad llegue incluso a eso.
Recuerdo una taxista que me contó hace unos años que había dejado a sus hijos al cuidado de su abuela, en Ecuador, para venirse a España y desde aquí enviar dinero. ¡Para poder alimentar a sus hijos, esta heroína, que casi lloraba mientras me lo contaba, vivía sola en un país hostil, renunciando a ver crecer a sus hijos y a ejercer de madre!
Ante cosas así, que a uno le guste su trabajo o no, que suponga para él una manera de realización personal o no... todas esas cosas terminan pareciendo tonterías. Por ejemplo, parece una tontería el hecho de que más del 85% de la población trabajadora española odie su trabajo pero, si no fuera por el drama del paro, este dato nos pondría los pelos de punta.
Y si renunciamos a cosas como disfrutar de nuestro trabajo y realizarnos en él, ¿dónde quedarán las consideraciones de tipo moral? Pues quedarán por los suelos, revolcadas por el lodo. Y de eso puedo hablar yo que, cuando no tuve más alternativa, incluso llegué a trabajar para Intereconomía. En tales condiciones, ¿podemos echarle algo en cara al que, por trabajar, es capaz de aceptar un puesto en una fábrica de armamento, por ejemplo? O ¿alguien puede tener siquiera el valor de acordarse de que el carbón es nocivo para el medio ambiente cuando está en juego la supervivencia de miles de trabajadores y sus familias, de comarcas enteras? Yo, desde luego, no.
Las consideraciones medioambientales quedan por los suelos ante la necesidad apremiante de ganarse el pan. Pero, con una tasa de desempleo muy elevada, tampoco cuentan nada ni la felicidad en el trabajo, ni los escrúpulos morales, ni las convicciones de ningún tipo: tan solo cuentan el pan nuestro de cada día y el sálvese quien pueda.
*Sexto artículo de la serie El instante: reflexiones sobre la crisis
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