martes, 17 de julio de 2012

LA CULIPARLANCIA Y LAS GALLINAS



Camilo José Cela Conde


Bastantes artículos han criticado con aspereza el hecho de que los diputados del Partido Popular, puestos en pie, jalearan y aplaudiesen las medidas tremendas de ajuste que forman parte del último —por ahora— plan de ajuste presupuestario ideado por el presidente Rajoy, con el aumento del IVA y la rebaja de cerca de un siete por ciento —una de las pagas extra— del sueldo de todos los funcionarios del reino como apartados llamativos. Los comentaristas se preguntaban de forma coincidente qué era lo que llevaba a sus señorías a tanta euforia. Yo puedo tal vez ofrecer una hipótesis a tal respecto, aunque no en clave política sino naturalista.

Los diputados en Cortes son primates, por más que algunos, o incluso muchos de ellos, no lo sepan. Los primates son en general bastante inteligentes y llevan a cabo una conducta a la que se denomina crítica, sí, pero esa regla no es de general aplicación. El espectáculo de sus señorías dando voces de complacencia podría compararse de forma más adecuada con el griterío al que se entregan los pingüinos adolescentes cuando, perdido el plumón, se ven capaces de echarse a las aguas de la mar. Pero no cometamos el pecado de antropomorfismo, atribuyendo a nuestra especie talentos que no le corresponden. Los pingüinos son aves demasiado perspicaces y agudas. Tampoco se trata de poner el listón tal alto.

Es cosa de buscar en la naturaleza comportamientos afines a la culiparlancia, esa virtud excelsa que no sólo otorga a quien la disfruta un sueldo estupendo y garantizado en tiempos de paro gigantesco sino que, encima, exige como única contrapartida la de no equivocarse a la hora de elegir entre dos botones cuando se trata de la emisión del voto. Los aplausos fervorosos no entran en la letra del contrato —la grande, al menos—; se trata de un episodio de ensimismamiento colectivo muy propio de apariciones de la virgen María o de finales afortunados en los campeonatos del fútbol. Para eso no hace falta ni siquiera capacidad de discriminación; en realidad, un raciocinio de ese estilo estorba. Pero elegir uno de entre dos botones supone una tarea mucho más selectiva y, por así decirlo, intelectual. En particular dado que en realidad no es una alternativa entre dos sino una entre tres; cabe también la posibilidad de abstenerse.

Vayamos, pues, con los seres capaces de contar hasta tres, requisito de máxima complejidad entre los propios de sus señorías. Por suerte, los etólogos son investigadores con tal cantidad de curiosidad y pasión por la intriga que se han planteado eso mismo. ¿Qué animales —descartemos a las plantas, las eucarias, las bacterias y los hongos— son capaces de esa hazaña de ir contemplando las alternativas llegando hasta tres sin equivocarse ninguna vez en el empeño? La respuesta nos da muchas claves acerca de nuestro futuro, estando como está en manos de sus señorías. Ese animal es la gallina. Vengan los aplausos.

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