
Alejandro Prieto
Ocupaba apenas treinta líneas de una columna situada en el margen derecho de la página del periódico. Se trataba de una noticia más acerca de un trágico y aislado suceso (por fortuna) acontecido en un lugar lejano. Sin embargo, la lectura del titular me dejó sorprendido, un tanto incrédulo y pensativo: “Un niño saudí de 4 años mata a su padre por no comprarle una PlayStation”.
El encabezamiento, no exento de ciertas dosis de sensacionalismo, capta a primera vista la atención del lector y le invita a bucear hasta tocar el fondo, pero ¿no es un error y desacierto atribuir una muerte intencionada (un crimen) a un niño con cuatro primaveras? La curiosidad me llevó a realizar una búsqueda en Google, constatando que el titular estaba presente en un buen número de diarios escritos y digitales.
Atendiendo a estudios e informes de expertos en psicología, al sentido común y al mayor o menor contacto que se haya tenido con algún niño de esa edad, podría decirse que tan llamativa información habría sido fruto de la premura, el desconocimiento o la falta de reflexión. Por un lado, existen ciertas diferencias entre los expertos a la hora de establecer la edad con la cual comenzamos a tomar conciencia de la muerte, a hacernos cargo de la irreversibilidad de la misma, aunque estaría comprendida entre los 6 y 9 años.
Es decir, aun presuponiendo que el niño hubiese efectuado el disparo por la negativa del padre a adquirir la videoconsola, las consecuencias del acto le son totalmente desconocidas y, probable y tristemente, traumáticas para su presente y futuro. Por desgracia, el progenitor no era virtual, no se levantaba reiniciando el juego, no volverá a abrazarle ni a contarle un cuento. Por otro lado, ¿cómo se puede dejar una pistola cargada al alcance de una criatura? ¿Fue una imprudencia con origen en la distracción o una temeridad cotidiana? En cualquier caso, la bala dejó dos víctimas: una de pie y otra tendida en el suelo.
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