
Félix Población
Lo que Rajoy ha dicho en Bruselas lo viene repitiendo nuestra derecha más rancia desde que la conflictividad social, en el siglo XIX, hizo posible todas las conquistas de los trabajadores que hoy forman parte de sus derechos fundamentales. También entonces los dominadores les decían a los dominados que manifestarse no servía para nada.
Todos sabemos, sin embargo -incluido Rajoy-, que las concesiones sociales se lograron siempre en la historia por el miedo de los grupos dominantes a que un descontento popular masivo provocara una amenaza revolucionaria que derribase el sistema, según recordaba no hace mucho el historiador Josep Fontana a propósito de la publicación de su último libro Por el bien del Imperio. Una historia del mundo desde 1945. Para Fontana, el factor que desencadena la fase crítica que atraviesa en estos momentos el Estado del bienestar es la pérdida del miedo de las clases dominantes a una revuelta popular.
Es posible que don Mariano el Obvio crea a sus conciudadanos más que indecisos para que, por mucho que se les apriete el corbatín, se decidan a movilizarse contra dictadura de los mercados, bien sea porque considere muy sólidos los cimientos en que esta se asienta, bien sea porque estime -teniendo en cuenta esa supuesta consistencia y al igual que sustentaban sus predecesores ideológicos en el siglo XIX- que será inútil toda resistencia.
Estamos, por lo tanto, ante la posibilidad de que el retroceso social en curso avance -con el riesgo de situarnos en el punto de partida del que arrancaron todas las conquistas sociales adquiridas a lo largo de más de un siglo-, o ante la necesidad de evitar ese retorno y echar el freno a un itinerario en franca marcha atrás. Para esto sería preciso desechar en principio consejas como las del presidente del Gobierno y evitar con ello la resignación y la postergación de aquellos impulsos que movieron a los líderes sociales del pasado.
Si las utopías que a ellos los estimularon en presente fueron realidades mañana y nosotros tuvimos la fortuna de vivirlas como derechos, toda dejación de los mismos es una afrenta a nuestra dignidad como ciudadanos libres. Mariano Rajoy acaba de invitarnos, por lo tanto, a ser tan indignos como sus palabras o las de su camarada Cospedal cuando dijo que el suyo era el partido de los trabajadores.
La imagen pertenece a la magnífica y muy elocuente exposición -para reconocer sobre todo nuestra intrahistoria rural- que circula por las capitales castellano-leonesas: Memoria del tiempo: fotografía y sociedad en Castilla y León, 1839-1939. El título de la fotografía no puede ser más explícito: El cura dando limosna a los pobres. La escena tuvo lugar en León en 1890. Con toda seguridad, el señor Presidente del Gobierno, al afirmar que manifestarse no sirve de nada, encontró inspiración en lo que el clérigo de la estampa les diría también a sus pobres hace más de un siglo. Porque no le hizo caso la famélica legión, fue posible que hoy esa imagen nos parezca más próxima al medievo que a nuestros días. Para que así siga ocurriendo es menester que Rajoy no tenga escucha, ni el porvenir marcha atrás.
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