
Ana Cuevas
El juicio Gürtel nos está ofreciendo la posibilidad de desnudar como a una cebolla (capa por capa, conversación a conversación) el mecanismo con el que funcionan los cerebros corruptos. Bajo el aspecto de pisaverdes atildados que se gastan los ciudadanos Camps o Costa subyacen criaturas feroces de instinto depredador. No conocen los escrúpulos porque su proceso evolutivo está estancado en un estadio primitivo ajeno a influencias éticas.
Observándoles en el banquillo, mientras las infamias que destapan las escuchas inundan la sala, descubrimos la mirada vidriosa y la sangre fría característica de los reptiles. Es imposible reconocer en esos ojos los del chivo expiatorio que Camps denuncia ser. Carece de la elemental empatía que poseen los mamíferos. Si lo que pretende es mostrarse como un inocente bóvido conducido injustamente al matadero debería empezar por estrangular su vis chulesca y no andar provocando al respetable.
La imagen de Camps leyendo la vida del santo Job durante su proceso es otro amago de su irreflexivo neocórtex de lagarto. Un reflejo suicida que le impulsa a comportarse como el bufón grotesco que siempre fué. Los tipos de los trajes regalados resultaron ser lo que intuíamos. Pero como buenos camaleones, consiguieron engañar a mucha gente. También es verdad que bastaba con escarbar superficialmente sus hidratados pellejos para que se les vieran las escamas.
Pero hemos estado inmersos en una cultura de las apariencias que prescindía de pedir mayores credenciales como la integridad o la vergüenza. El juicio Gürtel podría ser una catársis colectiva. Un fenómeno depurativo por el que la sociedad aprendiera a identificar a estos indeseables y execrarlos de la vida pública. Pero sea cual sea el resultado de este proceso siempre podemos extraer conclusiones pedagógicas. E incluso biológicas. La más importante, que bajo la piel de un chivo o de un cabrito, con frecuencia se esconde el aumentativo de su especie.
GUERRA DE CLASES E INDIGNACIÓN POPULAR
El intelectual Stéphane Hessel se equivocó de verbo. Para indignarse, antes uno tiene que despertarse. Y ya se las arreglan bien para mantenernos dormidos, ya que, inmersos como estamos desde hace tiempo en una guerra mundial de ricos contra pobres, lo que quieren es ganarla definitivamente. Tres son, básicamente, las armas que utilizan: el aborregamiento, el empobrecimiento y la cultura del miedo. Con la primera (publicidad…) se inhibe el pensamiento del pueblo. Con la segunda (recortes de todo tipo) se lo debilita. Y con la tercera se genera desconfianza entre las personas. Así, si el pueblo piensa poco, es débil y no es capaz de organizarse y confiar en las personas, difícil es que haga sentir su voz como sería deseable y, por lo tanto, poco se puede hacer. Si queremos salir bien parados de esta guerra y vivir dignamente en el futuro, aún estamos a tiempo. Todo depende de una cosa: ¡de nuestras ganas de dormir!
Joan Manuel del Llano
Joan Manuel del Llano
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