viernes, 30 de diciembre de 2011

TARANCÓN NO FUE TEÓLOGO DE LA LIBERACIÓN


Félix Población

Recordarán que hará cosa de cuatro años sendos grupos de sacerdotes, en Asturias y Madrid, se propusieron la peregrina idea de solicitar en El Vaticano un proceso de beatificación para quien fuera arzobispo de Solsona y Oviedo, y presidente de la Conferencia Episcopal Española, Vicente Enrique Tarancón.

Cuando esa proposición fue noticia, anotamos en este DdA que don Vicente fue una figura decisiva de la iglesia católica española en el proceso de transición democrática vivido por nuestro país tras la muerte de Franco. Los más curtidos lectores recordarán el griterío ultramontano que caracterizó las manifestaciones ultraconservadoras de aquellos años, donde se condenaba al citado cardenal con reiteración y obsesiva rima al paredón por su papel conciliador en aquella crucial y delicada etapa del país.

Escribíamos entonces que por muy ejemplar que hubiera sido la memoria de Tarancón en aquel periodo, la Conferencia Episcopal de hace un cuatrienio no era la más adecuada para prestar cobertura a ese propósito de beatificación, habida cuenta las destempladas homilías de algunos de sus respetables monseñores o las insidiosas arengas que a través de la emisora radiofónica de la obispalía propalaba un tal Jiménez. Tampoco creo que haya mucha diferencia con lo que ocurriría hoy.

Ayer, en una sesión única que creo se prolongó hasta primeras horas de la madrugada, TVE ofreció a través de La Primera Tarancón: el quinto mandamiento, una película que me habría parecido mejor, más creíble y equilibrada en el tratamiento de su protagonista si, en lugar de remontarse con excesivo detenimiento y poca convicción argumental a los años de la Guerra de España y a otros pasajes retrospectivos con muy poca enundia de la biografía de don Vicente, se hubiera centrado y ahondado más en la época histórica de la Transición.

Aunque no llegué a visionar todo el film por su larga duración y la simpleza del guión en no pocos parlamentos, tuve la impresión de que, por acentuar en demasía el talante progresista del personaje -prestando ayuda a los republicanos perseguidos o compartiendo hoguera con los mineros asturianos en huelga-, su eminencia don Vicente llegó a la presidencia de la Conferencia Episcopal Española -aunque fuera al término de la dictadura- siendo poco menos que un teólogo de la liberación, algo impensable entonces -ahora también-, y que no se corresponde con su personalidad, por más mérito que se le deba reconocer y se le reconoce en su decisivo papel moderador durante los difíciles años de la transición democrática.

+@Horas antes de la gran exhibición reaccionaria de Rouco.

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