martes, 20 de diciembre de 2011

ROSENSTEIN Y LOS QUIJOTESCOS BRIGADISTAS POLACOS






Félix Población

Recientemente, con motivo de la donación del archivo fotográfico del médico y brigadista polaco Emilio Rosenstein (Emil Vedin) al Centro Documental de la Memoria Histórica, tuve oportunidad de revisar el papel protagonizado por este contingente de voluntarios internacionalistas en la Guerra de España.

Es de hacer notar, en principio, que buena parte de estos luchadores en defensa de la República se incorporaron al conflicto desde los países en donde residían como trabajadores emigrantes. Los que lo hicieron desde Polonia, debieron viajar antes a Checoslovaquia como turistas, pues les estaba prohibido ingresar en las Brigadas Internacionales en su país. También merece ser destacado que el número de polacos reclutados superó los 5.000, según Piotr Sawicki, historiador de la universidad de Wroclaw, cifra sólo superada por la de los voluntarios franceses y similar a la del contingente austro-germano. Es asimismo significativo que de esos 5.400 polacos perdieron la vida en los frentes más de 3.000, dada su combatividad y la temeridad de su comportamiento en las trincheras.

Entre las fotografías realizadas por Rosenstein durante la contienda y que su hija Yvonne ha tenido la amabilidad de cederme para ilustrar este artículo, hay varias en las que aparecen los combatientes del batallón Dombrowski, del que su padre fue capitán médico durante un tiempo. Este batallón estaba adscrito a la XI Brigada, que participó en la defensa de Madrid, y lo componían ciudadanos polacos y húngaros, con mayoría de los primeros. Las imágenes, por lo tanto, captan escenarios propios del frente madrileño, y algunas de ellas muestran a los equipos médicos interviniendo en operaciones quirúrgicas.

Una novela del escritor polaco Stanislaw Ryszard Dobrowolski, cuyo título original en castellano es Esperanza, refleja la experiencia de los brigadistas de ese país en la Guerra de España como una aventura quijotesca, término que en principio, cuando los internacionalistas polacos lo escucharon por primera vez en un acto oficial que ensalzaba su participación, no les resultó agradable. Sin embargo, a pesar de ser donkiszotowski un término asociado a una empresa tan vana y poco razonable como la de pelear contra molinos de viento, muchos de aquellos voluntarios acabarían por emplearlo en sus memorias en el sentido unamuniano de quienes lucharon por la libertad frente a la opresión y fueron conscientes de que una derrota no era suficiente para acallar su fe en la victoria final, habida cuenta la causa justa en la que se comprometieron.

Precisamente, una de las fotografías de Rosenstein es la del monumento a Don Quijote en la Plaza de España de Madrid, en la que aparecen las siluetas de dos brigadistas. En consonancia con esa combatividad y espíritu quijotesco, hace constar Sawicki que los brigadistas polacos (880), junto a los alemanes (888), fueron los últimos en retirarse de los frentes. Eso ocurrió a finales del mes de enero de 1939, pero ninguno de los combatientes pudo regresar a su país, pues la legislación vigente en Polonia penalizaba con la privación de ciudadanía su participación en un conflicto armado junto a un ejército extranjero.

Recluidos en los campos de concentración franceses junto a los exiliados españoles, iniciaron después una larga diáspora a través de norte de África y Oriente Medio, hasta llegar a Rusia. Desde aquí fueron trasladados a su país para formar parte del Partido Obrero Polaco. Algunos obtuvieron altas graduaciones militares en la nueva República Popular de Polonia y otros fueron eliminados por las purgas internas, pese a no ser ese país el que más sufrió las depuraciones stalinistas. Un film de Andrzj Wajda, El hombre de mármol, refleja parte de esas penalidades.

Con los últimos gobiernos conservadores de Polonia, se llegó a plantear la posibilidad de privar de su pensión militar a los ancianos brigadistas polacos -como se hiciera en tiempos de Walesa, según refiere Sawicki-, pero esa medida fue descartada, tal como consta en la carta dirigida hace tan solo unos meses al secretario de Estado de la Seguridad Social de España por su homólogo polaco.

Piotr Sawicki cifra en 3.200 los interbrigadistas polacos que murieron defendiendo la República Española del nazi-fascismo que arrasaría luego a sangre y fuego su propio país. Muchos de ellos quizá estén enterrados en un lugar sin seña de nuestro suelo, aunque sobre esa tierra bien podría quedar inscrita aquella frase de Quijano: La libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.

1 comentario:

Folía dijo...

Lo que engrandece a esta gente es que expusieron y dieron su vida por la libertad de otros a los que ni siquiera conocían poniendo en riesgo la suya propia. Nunca estará suficientemente reconocida su generosidad. (¿En los libros de texto se habla de ellos?)

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