miércoles, 19 de octubre de 2011

"EL PROCESO" DE KAFKA POR EL MÜNCHNER KAMMERSPIELE


Félix Población

Si no me equivoco, creo que fue hace algo más de treinta años cuando José Sacristán hizo un magnífico papel como Joseph K., según la adaptación de Peter Weiss de la novela inacabada y póstuma de Franz Kafka. Creo que Enrique Llovet tituló la crítica de aquel espectáculo Un autor, un actor, destacando con ello lo más sobresaliente del mismo.

Aquel fue un montaje del Centro Dramático Nacional, dirigido por Manuel Gutiérrez Aragón, que destacó de la versión de Weiss la ruptura de la ecuación tradicional que se suele dar en la obra de Kafka, basada en el carácter de víctima inocente que tiene el personaje, condenado por un tribunal invisible que no deja de manifestarse en contra del procesado. La aportación de Weiss es hacer de Joseph K. un poco más cómplice social de sus propios verdugos, de modo que lo que no está muy explícito en la novela se resalta en el libreto, demostrando que el campo de juego para todos, procesados y rebeldes, lo eligen y marcan los jueces todopoderosos, llámense Dios o el Estado. El tribunal lo llena todo, es todo, por eso el procesado gira y gira en su noria hasta caer finalmente abatido, tras sufrir una suerte de delirio tragicómico de situaciones absurdas, opresivas y contradictorias.

La novela que Kafka escribió a partir de una situación personal derivada del proceso al que le sometieron los padres de su novia, Felice Bauer, para comprobar su valía como pretendiente, ha sabido plasmarla el Münchner Kammerspile a través de una dramaturgia (Matthias Günter) muy ceñida al texto del escritor, en la que acaso sobren monólogos excesivamente discursivos, sobre todo ante un público que desconoce el idioma en que se ofrece la función.

Ofrecido por el Centro Dramático Nacional en la sala Valle Inclán durante el pasado fin de semana, el montaje es sobresaliente e incide en esa condición del personaje, a la vez cómplice forzado y víctima inocente. Aparte de un sobresaliente plantel de jóvenes actores y actrices, capaces de mantener en todo momento la vivacísima oralidad de un texto muy denso, es todo un hallazgo la escenografía de Andreas Kriegenburg, muy atinado asimismo en la dirección.

Un gran ojo de buey, que nos ve y desde el que vemos, enmarca la acción. En su interior hay alojada una plataforma giratoria sobre la que los personajes se mueven, unas veces empozados en la maraña asfixiante en que discurre el proceso -un efecto visual magníficamente logrado con la plataforma vertical y los muebles anclados a su base como sostén de los actores- y otras revueltos como títeres ajenos a su voluntad, descritos con una estética en la que se alterna el expresionismo con el surrealismo.

Al ser la función en alemán y el texto profuso y casi vertiginoso en su locución durante buena parte de las casi tres horas que dura el espectáculo, es una pena que los espectadores que no sepan ese idioma hayan de entretener la atención escénica con el seguimiento de los parlamentos, porque el trabajo actoral, la dinámica y visualidad del montaje son magníficos por sí mismos. Igualmente formidable es la sobriedad con la que se escenifica el desenlace.




=============== REDDIARIO ==============

1 comentario:

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo. El espectáculo fue formidable.

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