lunes, 31 de octubre de 2011

EL PRECIO DE LA ABSTENCIÓN ELECTORAL


Ana Cuevas

España se desliza hacia el 20-N con una masa progresista derrotada prematuramente. A la sombra de la abstención de una ciudadanía desengañada de la política, la derecha más recalcitrante sestea fantaseando con una victoria absoluta. Rajoy enseña la patita por debajo de las urnas: Menos impuestos para los más ricos, deducciones para los planes de pensiones privados, manga ancha para que la patronal rebaje los salarios previa destrucción de los convenios colectivos, austeridad en el gasto de la sanidad y educación públicas, retroceso de los avances sociales en general...

Y la respuesta de gran parte de la ciudadanía que siente que su corazón late a la izquierda, esos que sueñan con una sociedad más justa incluido el 15-M, prefieren entregar sus almas puras antes que contaminarlas ejerciendo un voto que contrarreste la ofensiva ultraneoliberal. La desconfianza es la coartada. Pero volver la espalda, esconder la cabeza debajo del plumón, nos puede salir muy caro.

Es cierto que los partidos políticos de la presunta izquierda no siempre han sabido estar a la altura de las circunstancias. Que no se han manifestado con el arrojo y determinación que requieren los acontecimientos. Aunque puede que su actitud acomplejada solo sea el reflejo de la pasividad y escaso compromiso del personal de a pie. La democracia no acaba en las urnas. Exige una constante supervisión del pueblo sobre aquellos en los que han depositado su voto. Un hostigamiento constructivo que nos impida caer en el desamor.

Abandonar la idea de que otra política es posible nos pone a la altura de aquellos a los que queremos castigar con nuestra abstención. Nos convierte en víctimas y cómplices de un oscuro destino. Existen más posibilidades allende el Partido Socialista. Agrupaciones de izquierda que están reuniendo voluntades y necesitan nutrirse de la ilusión de la buena gente que no tira la toalla ni se resigna al descabeche.

Si optamos por mantenernos al margen, sin ensuciar nuestras pulcras manos en el lodazal electoral, serán otros -menos escrupulosos y etéreos- quienes convertirán nuestra existencia en un enorme muladar. Para éstos, revolcarse en la inmundicia, nunca supuso un problema. Y sus disciplinados amantes acudirán religiosamente a votar el 20-N sin hacer ningún remilgo.

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