Lazarillo
Leemos hoy en el diario El País que las ejecuciones de la sentencias a pena de muerte en Estados Unidos han descendido en un 12 por ciento en relación con las que se cumplieron hace dos años y más del 50 por ciento si se contabilizan las de diez años atrás, en 1999. La cantidad de nuevas sentencias es casi la misma que en 2009 y la más baja en 34 años (112), según informa el Centro de Información para la Pena de Muerte (DPIC, siglas en inglés, organización cuyo objetivo es aportar datos a la población sobre lo costosa que es la pena de muerte, sin entrar en valoraciones morales). Estos datos podrían dar pie a pensar que a finales de este siglo ese país rechace un castigo propio de dictaduras y países subdesarrollados.
La abogada estadounidense Sandra Babcock, de visita en Buenos Aires para participar en un congreso sobre la abolición universal de la pena de muerte, dijo ayer que un Estado que aplica la sentencia máxima comete un homicidio. También afirmó que en los corredores de la muerte no hay ricos y que en Estados Unidos una vida blanca vale más que una negra o una latina. La abogada es directora clínica del Centro Internacional de los Derechos Humanos, trabaja en diversos proyectos relacionados con la abolición de la pena capital y desde esa especialidad defendió a 50 condenados a muerte. El Estado -según Babcock- "no puede enseñar a las personas a no matar, a no delinquir, a no ser violentas, si él mismo actúa con violencia", porque eso significa que "está matando a sus ciudadanos". A esta afirmación, Babcock sumó el argumento de la imperfección del sistema de justicia ya que "no hay ningún sistema en el mundo que sea perfecto; siempre hay errores y hay inocentes condenados a penas severas; por lo tanto, siempre existe el riesgo de ejecutar a una persona inocente". Además, la abogada calificó de arbitrario el sistema de la pena máxima "en la comprobación de que no hay personas ricas en los corredores de la muerte". Babcock aseguró que "las consideraciones raciales y el nivel socioeconómico de los condenados tienen influencia cuando se decide condenar a muerte". "Si una persona de color mata a una persona blanca es mucho más probable que reciba la pena de muerte, porque en el sistema judicial norteamericano tiene más valor la vida blanca que la vida negra o latina", afirmó. Babcock detalló que la sentencia a muerte "cuesta al Estado mucho más dinero que encarcelar a una persona de por vida. La razón es que es necesario darle al condenado un debido proceso, que es muy costoso porque los juicios son más largos, los abogados más caros porque deben ser experimentados y se necesitan muchos peritos y jurados".
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