lunes, 8 de agosto de 2011

GUATEMALA: MORIR POR CUATRO CABALLERÍAS DE MAÍZ



Alberto Arce

Adentrarse en el conflicto por la tierra en Guatemala es casi tan complejo como llegar a la Finca Los Cafetales, en el municipio de Santa Cruz Muluá, Departamento de Retalhuleu, a la que sólo se puede llegar tras recorrer 25 kilómetros a través una pista de tierra que se abre entre inmensas extensiones de caña de azúcar.

Entre caña y caña, árboles de caucho, hombres con pistola al cinto —aquí las reglas son otras— y algo de ganado que pasta, ajeno al conflicto que se vive a su alrededor. Pugnando por el espacio se descubren también, aún aplastadas contra las cunetas, clandestinas, casi escondidas y luchando por sobrevivir, unas cuerdas de maíz. Que a Cornelio Flores, líder de la Comunidad Brisas de Samala le sirven para explicar el conflicto por la tierra extendido a lo largo de todo el país. "Con la caña no alimentamos a nuestros hijos. Con el maíz, sí. La tierra tiene que darnos de comer".

El monocultivo para la exportación se extiende, favorecido por los Acuerdos de Libre Comercio. Para el sociólogo Edelberto Torres escribió "los campesinos son permanentes y nunca han representado la modernidad, asociados a la pobreza, la explotación y la tozudez por el pasado". Avanzando por la pista regresamos a otras épocas.

Ya en los Cafetales, el campesino traduce esa frase a su existencia. "Mi abuelo y mi padre trabajaron esta finca. Yo comencé a salir a la tierra con ellos a los 7 años. Ahora tengo 55. Llevo 48 años labrando y cosechando aquí". Cornelio ha sacado sus papeles, su armamento. "Desde que estoy aquí la finca ha cambiado de dueño muchas veces" y comienza a mostrar documentos del registro de propiedad mientras pregunta "¿Qué han hecho sus dueños por ella?".

Más allá de la permanencia del campesinado, la explotación. Jesús, machete en mano, sombrero de paja, camisa abierta, se suma a la historia. "De sol a sol por 40 quetzales diarios. (1 euro=11 quetzales). Le hemos dado nuestra vida a esta tierra y hemos pasado hambre. Que nos dejen trabajarla y nos devuelva vida en forma de comida".

"Teníamos buena relación con el finquero. Pero metieron vacas en la tierra. Dañaron el cultivo. Le dijimos al supuesto propietario que no pagaríamos 600 quetzales sobre 1400, la parte de alquiler proporcional al cultivo dañado. Nos denunció por impago y ocupamos la finca, creando la "Comunidad Agraria Brisas de Samala" y plantamos nuestras cuatro caballerías de maíz. Las que ahora nos quieren quitar. Vino un ingeniero a medir la finca para prepararla para la caña. Los finqueros no quieren que se plante maíz, quieren caña para la exportación porque se la pagan en dólares. Así nos condenan a los campesinos al hambre". Al ingeniero lo echaron de la finca.

El pasado jueves 28 de julio el estado trató de desalojarlos por usurpación. 450 miembros de la Policía Nacional y 60 soldados se presentarón allí. Se encontraron con dos docenas de campesinos que les hacía frente sentados en un puente. Ante el desalojo, uno de los miembros de la comunidad campesina que habitaba la finca desde que nació al igual que su padre, al que igual que su viuda y los cinco hijos que deja, tuvo la desgracia de demostrar hasta dónde llegaba su compromiso con la tierra, su tozudez. La suya y la de quien ordenó desalojarla.

Cornelio se preguntaba "¿qué está uno dispuesto a hacer por la tierra?". Los hechos le responden. Si es campesino, morir para que no le desalojen. Si es policía, matar para desalojar, cumpliendo la orden dada por un Juez. Cornelio añade "para evitar el hambre estamos dispuestos a todo".

Sergio de León tenía 31 años y llevaba la mitad de su vida trabajando esa finca. Murió tratando de evitar que le separasen de su maíz. Plantado en el puente que da acceso a la finca. Sosteniendo la bandera guatemalteca. Sergio era un campesino organizado, miembro de CODECA (Comité de Desarrollo Campesino).

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