martes, 31 de mayo de 2011

RÉQUIEM POR EL BRIGADISTA JOSEF EISENBAUER



Se indignaron en su día contra el avance del fascismo en Europa y lucharon en España a favor del régimen que lo combatió durante tres largos años de guerra civil, antes de que el fascismo llenara de muerte y destrucción Europa. Dedico este artículo -desestimado por el diario Público- a los acampados de la Puerta del Sol, que más de setenta años después han hecho ondear una pancarta en esa plaza con inequívocas resonancias brigadistas: Madrid será la tumba del neoliberalismo: no pasarán. (*)

Felix Población

Josef Eisenbauer había nacido en Budapest en 1917 y murió de repente en Viena el pasado mes de diciembre. Lamento mucho no haberlo conocido cuando visité Austria el pasado verano y quise entrevistarme con los tres últimos brigadistas austriacos ya nonagenarios todavía en pie y con facultades suficientes para hacer memoria de su caudal de recuerdos de España, tan afincado en su trayectoria vital.

Ninguno de ellos vivía en la capital durante el periodo de vacaciones y las localidades donde residían estaban muy distantes como para hacer compatible el viaje con mis pocos días de estancia en el país, por lo que fueron inútiles mis gestiones a través del DÖW/Spanienarchiv (archivo de los brigadistas austriacos en la Guerra Civil) para contactar con Hans Landauer y Josef Eisenbauer. Solo conseguí la entrevista previamente concertada con Gerhard Hoffmann, que me esperaba en la estación de Wiener Neustadt con una bandera republicana sobre los hombros, y de cuya entrañable y espontánea amistad y hospitalidad disfrutamos en la pequeña y apacible localidad de Piesting en compañía de su esposa Milena. Últimamente quise hacerle por correo electrónico unas preguntas a Hans Landauer, pero ni su salud ni su ánimo se mostraron proclives a responderlas, según la directora del citado centro, Irene Filip.

Eisenbauer residía en París, ciudad en la que trabajaba como pintor rotulista, cuando decidió viajar a España en 1937 para combatir en defensa de la Segunda República. Perteneció a la XI y a la XIII Brigada y resultó herido dos veces en combate. La primera en Benicasim, donde estuvo internado en un hospital, y la segunda en la Batalla del Ebro. Evacuado a Francia, pasa un tiempo en el campo de concentración de Gurs, para ser trasladado después a la Unión Soviética. Trabajó como instructor en los campamentos soviéticos de prisioneros durante la segunda guerra mundial, donde alivió la adversa suerte de sus conciudadanos austriacos.

Al término del conflicto, en 1946, regresa a Viena y se ocupa en las tareas de traductor como secretario de los altos mandos de la ocupación. Después, su vida discurrió del modo más sencillo, dedicado a regentar un negocio de venta de hortalizas que había heredado de sus padres, hasta que se retiró en 1983. A partir de ese año desarrolla su vocación más auténtica, que había cultivado de modo autodidacta: ejerce como profesor de dibujo y pintura en la universidad popular del barrio vienés de Hietzing, donde dará clases hasta un día antes de su muerte. Uno de su alumnos recordaba en el obituario de su profesor que, cuando no sabía cómo proseguir el desarrollo de una pintura, le proponía a Josef traerle un capuchino, algo que este siempre aceptaba por lo mucho que le gustaba ese tipo de café, y a sabiendas de que, tardando un poco en traérselo, el maestro acabaría por convertir una mediocre acuarela en un “auténtico Eisenbauer”.

Según me contó Gerhard Hoffmann, aparte de sus dotes para los idiomas y la pintura, Josef Eisenbauer tenía también un cierto talento musical. Tocaba la guitarra y el violín, además del piano, algo que no puedo pasar por alto al hacer esta sucinta mención a su biografía, así como a su lucha contra el fascismo en España. Entre las anécdotas que me contó Hoffmann de la vida de Josef, según testimonio de su esposa Stefanie, está la de haber construido pieza a pieza un violín para aliviar el internamiento de un compatriota preso en los campos siberianos.

Recuerdo con especial emoción, durante mi estancia en Austria el pasado verano, mis vivencias durante un concierto del Réquiem de Mozart en la monumental Karlskirche, interpretado auf historischen Instrumenten por el Coro y Orquesta del Salzburger Konzertgesellschaft, y mi visita al día siguiente en Wiener Neustadt, en compañía de Hoffmann y Milena, al Neukloster (Nuevo Convento), donde se escuchó por primera vez esa extraordinaria obra el 14 de diciembre de 1793.

Mientras escuchaba una música tan llena de vida e intensidad como la concebida por el compositor austriaco en el último tránsito de su existencia -quizá porque la suya fue una muerte demasiado joven-, no dejé de pensar en las palabras de Mozart que muchos turistas se llevan como souvenir en una pequeña cartulina cuando visitan su interesante y recomendable casa/museo vienesa en la Domgasse: Ich möchte alles haben, was gut, ächtt und schön ist (Me gustaría tener todo lo que es bueno, auténtico y bello). También recuerdo que comenté esa cita con Hoffmann como clave posible del incentivo altruista que motivó su participación y la de 1400 camaradas austriacos en la lucha contra el fascismo en España, pues posiblemente no haya cita más idónea para mover los animosos estímulos de aquella insólita utopía ante la trágica adversidad de la Guerra Civil.

La muerte del antepenúltimo de esos combatientes nos vuelve a recordar que ni Eisenbauer, ni Landauer, ni Hoffmann, ni Ferdinand Hackl (fallecido también el año pasado) son ni han llegado a ser ciudadanos españoles, porque la vigente Ley de Memoria Histórica prescribe que para eso es obligatorio jurar fidelidad a un monarca impuesto por el régimen que los nombrados combatieron y al que de seguro Mozart no concedería las cualidades con las que quiso y logró mantener la imperecedera magnitud e intensidad de su obra.

*Aunque en el vídeo Eisenbauer hable en alemán, creemos necesario verle en acción de palabra, pues está contando su memoria de España.

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