domingo, 14 de noviembre de 2010

LA MIRADA DEL SAHARUI Y LA ESTRELLA DE SU BANDERA


Melibea

Me ha parecido de especial interés, por su conocimiento del país -en donde vivió ocho años, creo que porque su padre fue coronel, destinado en el Sáhara-, el artículo que hoy publica en el diario La Nueva España el empresario hotelero Juan Duyos. Él mismo lo califica como un viaje a flor de piel y la verdad es que, en estos días en que el Estado marroquí sigue aplicando una gran mordaza sobre su ataque terrorista al pueblo saharaui, la perspectiva de Duyos es muy esclarecedora. Entre otras cosas, se entiende mejor la resistencia de esa comunidad una vez se tiene constancia de la mirada que caracteriza a los saharuis. Los ojos del saharaui miran a lo lejos porque su horizonte es de largas distancias, entre las que se avistan, cómo no, las estrellas, sembradas en la intemperie del desierto. Una de ellas está en la bandera que ese pueblo espera afincar algún día en la tierra que le pertenece para hacer suyo, así, todo su horizonte. He aquí el artículo de Juan Duyos:

"Había oído que la mirada del saharaui es diferente a la del resto de los mortales, pues a lo largo de varias generaciones sólo miraban a lo lejos, al horizonte, vigilando a los camellos o buscando pastos, y consecuencia también de que dormían sin techo o en la jaima, mirando las estrellas.

Fue un viaje a flor de piel. Fui en avión hasta Agadir, al sur de Marruecos, y después en autobús hasta El Aaiún, en un viaje infernal de doce horas. Llegué a primera hora de la mañana a esta ciudad ocre, antes blanca, el día del aniversario de la «Marcha Verde» y, al margen de otras consideraciones de riesgo, el verla de nuevo me produjo una gran alegría y una inevitable nostalgia. El sol seguía siendo el mismo, pero la ciudad era muy distinta de la que yo había vivido tantos años. Había una gran actividad, por las calles no paraban de circular vehículos del Ejército y se veían muchos uniformes militares y de la Policía, y no había edificio en el que no ondearan varias banderas rojas de Marruecos. Era difícil cruzar más de una calle sin que me pidieran el pasaporte.

Fui hasta la iglesia, donde saludé al cura don Rafael Álvarez Muñiz, y me invitó a desayunar. Es un cura con sorna nacido en Acebedo, pueblo leonés muy cercano a Asturias. Yo quería hablar del Sahara, pero él no paraba de hablar de Asturias. Lleva en El Aaiún desde 1962, menos unos años que estuvo en Teverga. Buen conocedor de la ciudad donde vive, justo antes de despedirnos me habla de Agdaym Izik, el campamento situado a 15 kilómetros al este de El Aaiún donde hay más de 7.000 jaimas con más de 20.000 saharauis, y me dice que la situación está muy mal.

Intento llegar hasta el campamento, pero en el primero de los tres controles marroquíes la Policía me exige una autorización del Ministerio de Comunicación que éste nunca proporciona. Un saharaui me dice que este campamento es, ante todo, organización y orden. Patrullas de jóvenes encargados de la seguridad recorren las zonas asignadas; un vehículo todo terreno recoge las bolsas de basura depositadas en lugares determinados, una enfermera atiende a pacientes en un ambulatorio improvisado y otros saharauis llenan bidones de agua traída por camión cisterna. Miles de ancianos, adultos y niños se despiertan a diario en estas diez hectáreas de desierto, unas tierras que pertenecen a varias familias saharauis. La precariedad de este mar de jaimas que es Agdaym Izik recuerda lo que fue el primer campamento del Frente Polisario en Tinduf, en el suroeste de Argelia, pero aquello fue un exilio y esto es un éxodo dentro de la propia tierra saharaui.

Agdaym Izik es un pueblo puesto en pie, cansado de ser traicionado y despreciado, y que quiere que el mundo escuche su voz, que clama en el desierto. Es un campamento diferente al del Frente Polisario en Tinduf. El Frente Polisario tiene un ideario político claro, estuvo en la órbita soviética y hace referencia a un saharaui nuevo, distante de la religión islámica y de las viejas tribus nómadas, y está situado fuera del límite del Sahara Occidental, ya en Argelia. El campamento de Agdaym Izik es un reflejo del Sahara actual, con su religión y sus tribus de siempre, no es una república; es una patria sin bandera, sin Estado, sin orden jurídico; una patria sin patria. Naturalmente, los refugiados de Tinduf están muy orgullosos de la respuesta de Agdaym Izik, y éstos, de la admirable y larga lucha del Frente Polisario desde Tinduf, pero no son lo mismo.

Sigo recorriendo las calles de El Aaiún y entro en el parador, construido en época española. Hablar español sirve para diferenciar quién es saharaui y quién es marroquí; los saharauis me saludan con afecto, buscando conversación, y los marroquíes procuran evitarme. Hablo alto y algunos jóvenes hacen la uve de victoria. A los saharauis les gusta hablar español y los marroquíes sólo hablan francés. El idioma español es una de las señas de identidad de los saharauis y puedo asegurar que hay pocas cosas que desagraden más a un saharaui que un francés hablando francés. Por todas las calles se ven banderas de Marruecos, pero veo a muchos niños jugando a la pelota con la camiseta de la selección española de fútbol.

Veo a mis amigos José Tuñón y a su hijo Antonio, y a Emilio Abad y a Alfonso García Conde, que había quedado con ellos. Vienen en dos todoterrenos desde Oviedo, y 3.000 kilómetros por el desierto en pistas les avalan. Posteriormente, saludamos a Mariano Collado, depositario de los bienes culturales del Estado español en el Sahara y santanderino buen conocedor de Asturias, y vamos a cenar carne de camello a un restaurante de El Aaiún, y hablamos del Sahara. Mariano Collado es funcionario de Asuntos Exteriores y lleva tres años en El Aaiún; confiesa que el Sahara le enganchó, pero no le gustan los revolucionarios de fin de semana que se ven últimamente por allí, ni los famosos de medio pelo a los que les gusta mucho salir en los papeles. Dice que la situación está a punto de estallar. Para que estemos tranquilos nos invita a dormir en la sede donde vive, que hasta hace poco se conocía como la Casa de España y que en época española era el Casino Militar. Fue una cena entre amigos en la que más que hablar de resoluciones de la ONU incumplidas y legalidades que no existen, hablamos de sentimientos hacia el Sahara y los saharauis.

El gran fracaso de Marruecos es que 35 años después de la llamada «Marcha Verde» no logra integrar a los saharauis, y las diferencias son cada vez mayores. Son agua y aceite, y Marruecos es el aceite poco refinado. Pueden controlar las ciudades haciendo repoblaciones forzadas, y con la imposición del Ejército y la Policía, pero el desierto es de los saharauis. Sobre la postura de España, nos queda confiar en la inteligencia, la prudencia y la experiencia de la flamante ministra Trinidad Jiménez. Pobre España, tan lejos de Dios y tan cerca de Marruecos.

En el vuelo de Casablanca a Madrid veo la prensa española, veo que el campamento de Agdaym Izik fue arrasado por el Ejército marroquí, que hay muchos muertos y heridos y multitud de detenidos, y veo que El Aaiún es una batalla campal y que hay una persecución generalizada contra los saharauis. Después del gran disgusto inicial, pienso que el saharaui mira siempre a lo lejos, al horizonte y a las estrellas, y que esa largueza de miras hace que piense más en el futuro lejano que en el inmediato, y después de este viaje sigo teniendo una fe ciega en la mirada del saharaui".

Fotografía de Francisco Naranjo Llanos, tomada durante la manifestación celebrada en Madrid ayer, sábado. Eso ojos llegan muy lejos porque sus lágrimas calan en el corazón.

+Breve historia del Sáhara (Gatopardo).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Creo que esa mirada es el más limpio y rotudno alegato de un pueblo que pide en paz y con razón los derechos que que le asisten- Sólo los intereses de los países "cibilizados" evitan que esos derechos sean respetados y apoyados.

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