jueves, 24 de junio de 2010

SARAMAGO, LAS BIBLIOTECAS Y EL COMPROMISO SOCIAL


Lazarillo

Rescato hoy una carta, publicada hace unas semanas en el diario Público y firmada por Pedro Crespo, en la que el autor habla de las bibliotecas públicas como algo muy esencial en su vida:

"Vivo en la calle. Soy indigente, eufemismo de sin techo. Existo en Madrid, porque vivir así, no es vivir. Los días son muy largos, infernales en verano y muy fríos en invierno. Para mí no hay lugares donde pasar el día que no sea la calle.Por eso las bibliotecas públicas son esenciales, un lugar donde pasar horas leyendo y resguardado del frío.Pero en las últimas semanas la Biblioteca Central de la Comunidad de Madrid ha cerrado la puerta por reformas, no se sabe cuándo abrirá y si lo hará. La Biblioteca del Conde Duque cierra en unos días y en breve también la de Moncloa-Aravaca. Todas a la vez. No queda ninguna biblioteca en varios distritos a la redonda. ¿Dónde iré entonces? Me gustaría que se pensara, antes de cerrar todas las bibliotecas, tan necesarias, en el daño que nos están haciendo a las personas que las necesitamos tanto".

La anterior referencia creo que viene a cuento a propósito de la carta que aparece en la edición de hoy del diario El País, suscrita por Javier Gimeno Perelló, y que nos ofrece la mejor versión de la personalidad del escritor portugués -después de haber soportado días atrás tanto obituario hipócrita, superficial y manido- cuando se trata de defender, precisamente, el compromiso social de las bibliotecas. Lo de menos, para el Premio Nobel portugués, es que su escrito lo solicitaran unos autores desconocidos y se fuera a publicar en una modesta editorial de Asturias:

“José Saramago era un hombre machadiano. Su bondad infinita, su sencillez, su humildad, se traduce en multitud de actos a lo largo de toda su vida. Una expresión desconocida de esa humildad para el gran público, pero inolvidable para quienes la vivimos, fue un gesto sencillo con unos autores que tuvimos la osadía de pedirle la redacción del prólogo para el libro que queríamos publicar. La sorpresa nuestra fue cuando, semanas después, recibimos en el correo electrónico un texto firmado nada menos que por el mismo José Saramago. El libro, titulado De volcanes llena: Biblioteca y compromiso social (Gijón, Trea, 2007), trataba sobre el compromiso social de los bibliotecarios,
Tal vez por eso, por ser un libro donde se habla de compromiso y de bibliotecas, o quizá no, quizá simplemente por ser un libro de autores desconocidos e idealistas, nuestro autor no puso obstáculo alguno para escribir ese prólogo memorable.
En él nos habla de sus aventuras en el Paraíso perdido de John Milton o sus andanzas con un tal Alonso Quijano por los campos de Castilla y sus peleas a muerte con gigantes, cuyos brazos no cesaban nunca de girar estrepitosamente como aspas de molino esparciendo el mal por doquier.
Historias que había vivido en las páginas de los libros que leía en la biblioteca de la vieja Lisboa de los años treinta. "Un lugar -nos cuenta Saramago en este prólogo- donde el tiempo parecía haberse detenido, con estantes que cubrían las paredes desde el suelo hasta casi el techo, las mesas con sus pequeños atriles, a la espera de lectores, que nunca eran muchos (...). No puedo recordar con exactitud cuánto duró esta aventura, pero lo que sé, sin sombra de duda, es que si no fuese por aquella biblioteca antigua, oscura, casi triste, yo no sería el escritor que soy. Allí comenzaron a escribirse mis libros".
Saramago era un hombre bueno por su lucha a muerte contra molinos gigantescos de aspas mortíferas, por su compromiso con los más necesitados, por el anhelo y el combate sin tregua contra la ceguera, por un mundo decididamente distinto. Por eso, José Saramago era bueno, era mejor, un hombre imprescindible".

EL MUNDO DESPUÉS DE SARAMAGO
Miguel A. Semán

A los 87 años, después de 17 novelas, murió José Saramago, y el Dios en quien él no creía debe de haberse puesto un poco triste, de ahora en adelante el mundo, su obra, ya no será como antes, ha perdido al hombre que sabía contarlo todo, hasta lo que Dios no quería que se contara.
Saramago era ateo, tal vez por eso leyó los Evangelios, y los leyó tan bien que encontró resquicios por donde entrevió verdades increíbles. La más conmovedora de ellas fue sin duda la revelación del crimen de José, el padre de Jesús.
Dice Saramago en El Evangelio según Jesucristo que después de la matanza de los inocentes un ángel con pinta de pordiosero se le apareció a María, no para traerle buenas noticias sino para anunciarle que José había cometido un crimen imperdonable.
María, espantada, le contestó que su marido era un hombre bueno.
Un hombre bueno que ha cometido un crimen, dijo el ángel.
¿Cuál?
El egoísmo y la cobardía que ataron los pies y las manos de las víctimas: todos los niños asesinados en Belén.
José, que se enteró de la orden de Herodes antes que sus vecinos, según el ángel, según Saramago, pudo haber avisado en la aldea que los soldados venían en camino para matar a los niños, y así habría habido tiempo suficiente para que los padres los escondieran o escaparan con ellos a Egipto. Pero no lo hizo. No por maldad, preocupado por salvar a Jesús, no se le ocurrió pensar en la salvación de los otros.
Eso le dijo María al ángel: Perdónalo, no se le ocurrió.
Y él le contestó: Imposible. No soy un ángel de perdones.
Para José todo cambió después de la masacre. Aquella misma noche se soñó soldado. Armado con escudo, lanza y puñal cabalgaba hacia Belén con la misión de matar a su hijo. Se despertó llorando y comprendió que no sólo había sido verdugo en el territorio de los sueños. Hasta el último instante de su vida cargó con esa culpa.
Ya no recuerdo quién fue el que dijo que en el interior de las iglesias no sentimos la presencia de Dios sino su falta, el peso terrible de su ausencia. Algo así pasa con Saramago y su obra. Ahora él ha muerto y según su evangelio, el alma que tuvo ya no existe, sin embargo el mundo en el que vivió no volverá a ser el mismo después de su palabra.
Como el José de su novela, ahora todos sabemos que no habrá ángel de perdones para Herodes ni para sus verdugos, pero tampoco lo habrá para los que pasen por la vida sin que se les ocurra hacer nada por los otros, ni siquiera avisar en la aldea que los soldados vienen por sus hijos.

Agencia Pelota de Trapo

1 comentario:

BÚHO dijo...

Estamos hechos de recuerdos y, aunque no sólo de recuerdos existimos, al desaparecer únicamente queda eso, recuerdos.
Ojalá no desapareccan nunca de la memoria de la humanidad los recuerdos impresos de nuetro amigo Saramago. Buen viaje.

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