jueves, 22 de abril de 2010

LOS PARADOS DISUADIRÁN A LOS VÁNDALOS


Lazarillo

Observando lo que ocurre en aquellas localidades pequeñas que no disponen de policía municipal, se entiende bien el hartazgo del alcalde de San Sebastián (Donostia), la hermosa ciudad guipuzcoana en que ni siquiera con guardia urbana se puede hacer frente a los frecuentes actos vandálicos del gamberrismo juvenil.

Es mucha la impotencia y la rabia de los ciudadanos que vivimos en núcleos de población desprovistos de policía municipal cuando asistimos, día tras día, a los desmanes de una peña de golfos ociosos contra el patrimonio urbano que pagamos con nuestros impuestos. Sobre todo si se repara en que muchos de esos sinvergüenzas son hijos de nuestros convecinos y contribuyentes.

Según valoraciones de Odón Elorza, el alcalde donostiarra, las tropelías de los vándalos en aquella ciudad le cuestan al Ayuntamiento 24.000 euros mensuales, cifra que me imagino no será muy diferente a la que se puede contabilizar en cualquier otro municipio de similares características demográficas, pues ese tipo de gentuza es por lo general bastante habitual en cualquier otra capital del país.

Pues bien, el señor Elorza está dispuesto a tratar de corregir esa lacra con el concurso de los desempleados de su ciudad, que verificarán labores de vigilancia y tratarán de disuadir con su presencia a quienes pretendan entretener su aburrimiento con tan dañosas y extendidas actividades.

Si con la colaboración de esos nuevos empleados municipales, a los que se rescatará de la postración de la inactividad para desarrollar un provechoso trabajo, se consigue que el patrimonio urbano tenga una larga vida, bien está, sobre todo por el cuantioso gasto que ahora comporta la permanente renovación y reparación del mismo.

Pero no es tan sólo eso, con ser mucho, lo que espero sea más efectivo y rentable de la noticia, que sin duda los donostiarras habrán conocido con gusto. La incorporación de los desempleados a esa ocupación puede suponer también la posibilidad de que se acabe con la impunidad de quienes cometen sus fechorías sin que les cueste la más mínima sanción o reparación.

No deberá repercutir la multa o el correctivo en los padres de los vándalos -aunque buena parte de culpa tengan por la mala educación impartida-, sino en los propios delincuentes. Nada mejor en estos casos que hacerlos trabajar a fondo y bien en aquellas ocupaciones contra las que han exhibido su brutalidad.

+El llanto de plata de un álamo blanco. (Félix Población).

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