domingo, 14 de febrero de 2010
ROSARIO DE ACUÑA: MEMORIA DEL OLVIDO*
Félix Población
Se presentaron en Madrid las Obras reunidas de Rosario de Acuña y Villanueva (1850-1923), un acto que a pesar de contar con la presencia de la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, apenas tuvo eco en los medios de información nacionales, como si el olvido que por circunstancias históricas pesó tanto tiempo sobre la escritora hubiese alcanzado también al evento con el que se culminaba la edición de sus dispersos y numerosos escritos, iniciada hace algo más de dos años.
Fue en 2007, coincidiendo con el centenario del testamento ológrafo suscrito por Acuña para que sus obras fueran recopiladas y publicadas algún día, cuando bajo el patrocinio del Ayuntamiento de Gijón y el Instituto Asturiano de la Mujer se inició la publicación ( KRK) de los cinco tomos que comprenden esas Obras reunidas, en cuya profusa tarea trabajó el profesor Xose Bolado, autor asimismo de la introducción biográfica que las precede. Acerca de Acuña y su época es muy interesante el libro de reciente aparición de Macrino Fernández Riera: Rosario de Acuña y Villanueva: una heterodoxa en la España del Concordato (Zahorí ediciones).
Esa heterodoxia se ciñe al año de nacimiento de Acuña en Madrid, uno antes de que el Estado firmara con la Santa Sede el concordato de 1851 -por el cual la religión católica continuaba siendo “la única de la nación española”-, y a la denuncia reiterada que la autora hizo del clero por su represivo control sobre la conciencia de las mujeres: “La doctrina, la esencia, el alma católica -decía Acuña- , nos lleva a ser un montón de carne inmunda, cieno asqueroso que es necesario sufrir en el hogar por la triste necesidad de reproducirse. He aquí el destino de la mujer católica. Fuera sofismas ridículos y necias exclamaciones del idealismo cristiano, la mujer, en la comunión de esta Iglesia, es sólo la hembra del hombre”.
Para llegar a esas conclusiones, y pasar de firmar folletos dedicados a Isabel II a ingresar en la masonería bajo el nombre simbólico de Hipatia, Acuña va a recorrer la notable distancia que media entre la lírica romántica y moralizante de sus primeras composiciones en La Ilustración Española y Americana, donde el protagonismo femenino se reduce al consabido papel de alma del hogar en el entorno doméstico, a sus asiduas colaboraciones en Las Dominicales del Libre Pensamiento a partir de 1884 en pro de la regeneración social de la clase obrera y la conquista de los derechos civiles de la mujer. En la primavera de ese mismo año, cuando su nombre era ya sobradamente conocido como autora de un drama de mucho éxito titulado Rienzi el tribuno, Rosario de Acuña sube a la tribuna del Ateneo de Madrid para dar un recital poético. Es la primera vez que una mujer lo hace en la historia de la docta institución.
A partir de su adhesión al librepensamiento, Acuña deja atrás la mentalidad burguesa y liberal en la que se educó durante su niñez y juventud. Sus correligionarios serán tanto los fundadores de Las Dominicales, Ramón Chíes y Fernando Lozano, como los líderes socialistas Virginia González e Isidoro Acevedo. Los artículos, poemas y relatos de la escritora se prodigarán a lo lago de casi medio siglo en la citada y prestigiosa publicación masónica y en otros periódicos socialistas. La entidad literaria de esos escritos, así como la pujanza de sus ideas renovadoras, harán que un eminente periodista, Roberto Castrovido, proponga y defienda públicamente la candidatura de Acuña a la Real Academia de la Lengua, casi un siglo antes de que a esa institución accediera la primera mujer (Carmen Conde) en 1978. Según quien fuera director del diario El País en los inicios del siglo XX, la “poetisa, autora de dramas y escritora de grandes bríos” podía compararse al regeneracionista Joaquín Costa.
Después de su temprana separación matrimonial y luego de haber residido en Pinto (Madrid) y Santander, Acuña pasará los últimos años de su vida en Gijón. Fue en esta ciudad donde se inició la recuperación de su memoria, mucho antes de que su obra fuera atrayente objeto de estudio a partir de los años noventa. Durante el franquismo, a finales de los sesenta, el histórico dirigente sindicalista asturiano Amaro del Rosal, que había tenido oportunidad de conocer a la escritora, se interesó desde México por recuperar epistolarmente documentos y artículos de Acuña. Supe así, gracias a mis vínculos familiares con Amaro, que Rosario Acuña era algo más que un nombre con el que se identifica en Gijón el solitario paraje junto al mar donde la nombrada tuvo su modesta casa, por entonces todavía visible sobre el promontorio de El Cervigón, y de cuya inquilina nada sabíamos los escolares criados en el nacional-catolicismo.
Amaro del Rosal comparaba la figura de Acuña con la de la revolucionaria francesa Flora Tristán. Como ella, estuvo en la vanguardia de la lucha social y fue además en nuestro país una pionera en reivindicar con energía la emancipación de la mujer. Por eso fue recordada durante la Segunda Republica y por eso también pasó a formar parte del silencio y olvido conque el franquismo pretendió enterrar la significación de su nombre.
Cuenta Fernandez Riera que durante la dictadura, los días 6 de mayo y 1 de noviembre, había rosas rojas sobre la tumba de Acuña en el cementerio civil de Gijón, coincidiendo con las fechas respectivas del nacimiento y muerte de la escritora. Quien hacía la ofrenda, Aquilina Rodríguez Arbesú, había sido una gran amiga y admiradora suya, depositaria de su testamento ológrafo. Amaro del Rosal contactó con ella por carta desde el exilio para que “el ideario de libertad, justicia y humanismo, las tres palabras a las que Rosario de Acuña dedicó su vida, fuera conocido por la juventud de hoy que tanto lo necesita”. Cuarenta años después nos llegan por fin esas palabras en los cinco tomos de sus Obras reunidas para que de verdad las sigamos necesitando y cultivando.
*Artículo publicado hoy, domingo, en el diario Público bajo el título Memoria del olvido.
Carta dirigida al diario Público por Lidia Falcón:
Quiero agradecer a Félix Población -de cuya opinión y criterio tengo la mejor opinión- el artículo dedicado a mi tía abuela, Rosario de Acuña. Lamentablemente no pude asistir a la presentación de sus obras en el Ateneo de Madrid, pero sí presidió el acto mi marido el presidente de la entidad, el filósofo Carlos París que me describió la emoción del acto, y la asistencia numerosa al mismo, aunque no tuviera el merecido eco en los medios de comunicación. Y ya no sé si es por Rosario de Acuña o por el Ateneo. Mi tío abuelo, Carlos del Lamo Jiménez, hermano de mi abuela Regina de Lamo -música, escritora, militante anarquista, cooperativista y feminista cuya figura también ha sido silenciada por la ideología fascista que ha imperado en nuestro país- fue su compañero sentimental en los últimos 20 años de su vida en el caserón de El Cervigón en Gijón. Mi madre Enriqueta O'Neill, pasó largas temporadas en su casa y aprendió de ella tantos conocimientos como poseía. Hago referencia a ella en mi libro "Mujer y Sociedad" publicado en 1969, en donde tuve que limitar el texto dada la época que vivíamos. Después, Macrino Fernández ha tenido la amabilidad de escribirme y tener una larga correspondencia con motivo de su minucioso y brillante estudio sobre Rosario. De todo ello, y de más contenidos que serían largos de reproducir aquí me gustaría hablar con Félix Población. Si tuviera la amabilidad de escribirme autorizo al periódico a proporcionarle mi email. Con las más efusivas gracias por esta recuperación de la memoria perdida de nuestras mejores mujeres, reciba el testimonio de mi afecto. Lidia Falcón
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