lunes, 21 de septiembre de 2009

FERNANDO SUAZO (1): EL GENOCIDIO EN GUATEMALA ES UNA POSIBILIDAD PERMANENTE



Félix Población

Fernando Suazo es un ex dominico español nacido en Guernica, que en sus primeros años como sacerdote en Valladolid, a finales del franquismo, formó parte de una comunidad de curas obreros. Desde 1985 reside en Rabinal, en la región de Verapaz, Guatemala, una población campesina pobre, de mayoría maya. Se estableció allí, según sus propias palabras, a fin de acompañar a los sobrevivientes de la guerra más sangrienta sufrida por aquel país centroamericano. Los datos referentes a esa zona no puede ser más explícitos: en tres años, entre 1980 y 1983, se cometieron hasta 40 masacres. De una población censada de 22.733 habitantes, la Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH) señala que hubo un total de 4.500 asesinatos, una quinta parte de la comunidad: "Estos crímenes tuvieron un agravante de saña y perversidad -afirma Suazo en la entrevista concedida a DdA- porque, en su mayoría, fueron cometidos por la propia población civil, militarizada en las Patrullas de Autodefensa Civil (PAC). La bestialidad de los operativos que todos los hombres de la localidad fueron forzados a presenciar o ejecutar contra sus propios vecinos y vecinas supera en muchos casos cualquier fantasía macabra. La gente de Rabinal venía desarrollando desde los setenta un proceso de conciencia y organización nunca antes conocido (cooperativismo, capacitación agropecuaria, alfabetización, etc), y más de la mitad de la población estaba organizada en el Comité de Unidad Campesina (CUC), el mayor sindicato campesino en la historia de Guatemala. Sin embargo, la casi totalidad de los líderes que encabezaban esos procesos comunitarios de desarrollo fueron selectivamente asesinados por el ejército. A partir de 1981, todos los hombres entre 15 y 60 años fueron forzados por el ejército a organizarse en las Patrullas de Autodefensa Civil (PAC), bajo implacables amenazas de muerte para ellos y sus familias. En las PAC fueron forzados realizar o ser cómplices de actos sanguinarios contrarios a toda ética y a su cultura: delaciones, traiciones, robos, saqueos, torturas, violaciones, masacres, persecuciones… Las dimensiones psicosociales del daño por esos crímenes son incalculables."

-¿Me puede explicar someramente en qué consiste su actividad profesional en ese ámbito y los resultados de esa labor?

-Desde el primer momento me propuse acompañar a las víctimas de este genocidio. Aprendí su idioma para acompañarles, porque considero a las víctimas de esta guerra (que a su vez son herederas directas de una historia de invasión, explotación y discriminación racista) como sujetos de su memoria y de su destino. A su lado, observo, pregunto, trato de entender su propia lógica (pues veo que muchos de ellos y ellas no son menos inteligentes que yo), discuto y aporto. Desde hace casi diez años pertenezco a la organización ECAP (Equipo de Estudios Comunitarios y Acción Psicosocial) y con ella trabajo. Tratamos de contribuir a que las víctimas de la violencia política se afirmen como sujetos humanos, sociales y políticos. Ese trabajo adquiere modalidades concretas por tratarse de comunidades mayas afectadas por incontables cementerios clandestinos, torturas, violencia sexual, desesperante impunidad, falta de cauces de participación ciudadana, racismo… Con otros compañeros impulsamos la participación cívica y sensibilizamos para una cultura de paz basada en la memoria histórica, en la justicia y en la democracia participativa. Esto, mediante cursos especiales con estudiantes rurales de secundaria, programas de radio en idiomas maya y castellano, y acompañamiento a procesos de organización comunitaria.

-Cómo experiencia personal, intelectual y humana, ¿qué supuso su implicación en la cultura maya en contraposición con la cultura occidental europea de la que usted procedía?

-Viví el acceso a esta cultura a la vez que contemplaba la otra cara de la historia de la conquista y la llamada evangelización. Me topé aquí con las víctimas del imperio español y de los sucesivos imperios del Norte, y les observé viviendo y sobreviviendo al abrigo de una cultura muy diferente, la cual me atrajo poderosamente. En pocas palabras, estos son los principales rasgos de mi experiencia en este encuentro: Sentimiento de indignación por lo que se hizo y se ha seguido haciendo de forma ininterrumpida contra estos pueblos. Escándalo por el papel que desempeñó la Iglesia en todo esto (¿Hacia dónde tenían vueltos sus ojos los grandes místicos españoles del siglo de oro mientras se cometía aquí el más espantoso genocidio que registra la historia, oportunamente denunciado por hombres como Las Casas? ¿Por qué la Virgen de Guadalupe consolaba aquí a los indios, mientras en su monasterio español de Guadalupe enardecía a los conquistadores?). Convicción de encontrarme en deuda con estos pueblos porque mi estatus de privilegio es resultado casi directo del implacable saqueo y genocidio que se les infligió. Y encuentro con esta cultura: Viniendo de la cultura occidental, regida por la verticalidad, cuyo arquetipo es un dios masculino, omnipotente, autosuficiente, implacable, excluyente, me interesó ésta otra donde priva lo horizontal, donde hasta los dioses creadores, descritos en el Popol Wuj, reconocen sus errores, piden consejo y ayuda, incluso a los seres pequeños; donde no existe la exclusión definitiva; donde los principios básicos son el respeto y la reciprocidad sin límites… Entiendo que esta cultura es un excelente antídoto a las aberraciones en que ha caído occidente.

-¿Cómo valora la evolución política en Guatemala desde su llegada al país? ¿Afirmaría, como acaba de decir recientemente el ex jesuita Peter Machetti en una entrevista, que la democracia se asienta en Centroamérica sobre un genocidio?

-Me voy a referir a Guatemala. La firma de la paz, en diciembre de 1996, fue protagonizada por actores con intereses diferentes. El ejército que siempre se opuso a firmar la paz con una guerrilla a la que consideraba vencida. La oligarquía que daba por válida la guerra y se aprestaba a seguir disfrutando de sus privilegios, ahora sin insurgentes. Las organizaciones guerrilleras, que gozaban de cierto respeto por parte de la comunidad internacional (Europa y Norteamérica) y reclamaban que el Estado militarizado carecía de credibilidad política. Y los países del norte, interesados en traer a la región nuevos proyectos colonialistas, para lo cual necesitaban un clima sociopolítico favorable. Esa fue la baza que trató de jugar la guerrilla. Los Acuerdos de Paz muestran este forcejeo para que todos los actores sentados a la mesa, más los anfitriones internacionales de esos encuentros, quedaran satisfechos. ¿Y el pueblo? El sorprendente crecimiento organizativo que se había dado en la ciudad y en el campo durante los setenta había quedado literalmente aplastado en los ochenta bajo el pánico y el genocidio. El pueblo estaba postrado, incapaz de participar en el diseño de las condiciones de paz. Se gestionó la paz en las cúpulas, asegurando ventajas para los negociadores, pero no participaron las mayorías. La paz firmada y los Acuerdos, que la deberían normar, resultaron ser papel mojado. Y así está la democracia resultante que tenemos: los militares que engordaron con el negocio de la guerra, engordan ahora con el crimen organizado en un clima fantasmagórico de impunidad; la oligarquía sigue saqueando el país, cada vez más en coyunda con las corporaciones transnacionales; la política es el arte de conservar este orden de cosas, mediante partidos fabricados por encargo desde los grupos de poder; y la izquierda, dividida y alejada del pueblo, mientras muchos de sus líderes son cooptados por los gobiernos. Creo que en Guatemala el genocidio siempre es una posibilidad amenazante. Estoy con M. Foucault: la política es la misma guerra de antes por otros medios. Sólo que aquí las guerra internas son, en su mayor parte, unidireccionales, contrainsurgentes, es decir represivas, y además genocidas, inspiradas en un racismo de siglos.

Nota: Dada su extensión, DdA ofrecerá mañana la segunda parte de esta entrevista.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Una entrevista así merecería mayor difusión. ¿No se la publicarían en ningún periódico? Un saludo.

Anónimo dijo...

Mejor se dedicaban los periódicos a reflejas esas realidades antes que poner en solfa otros rgímenes democráticamente elegidos, pero en Guatemala no debe haber negocios.

Anónimo dijo...

Gracias, Fernando, por estar ahí.

Miguel Ángel Velasco Serrano dijo...

He pinchado en la foto y, al agrandarse, he reconocido a Fernando Suazo, el dominico jovenzuelo de Las Delicias, Valladolid, parroquia de Santo Toribio, a quien el tiempo no ha respetado más que a los demás.

Sólo entro aquí para atestiguar que esta persona es honrada, y en su boca no hay mentira.

La decisión que tomó hace ya un montón de años, que entonces no comprendí, se ha hecho luz para mí en estos momentos

DdA dijo...

DdA agradece a Miguel Ángel ese refrendo del honor y la palabra de Suazo. No esperábamos otra cosa.

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