jueves, 4 de junio de 2009

URNAS Y CRUCIFIJOS


Lazarillo

Nos enteramos hoy por la prensa de que el Ministerio de Justicia ultima la reforma de la Ley de Libertad Religiosa y que en la misma, por fin, el actual gobierno suprimirá los símbolos religiosos de aquellos ámbitos comunes a toda la ciudadanía como son los cuarteles, cárceles, hospitales y colegios públicos, sin que en esa referencia falten, obviamente, actos oficiales como los funerales de Estado y las tomas de posesión de altos cargos de la administración pública.

La nueva legislación, según el titular de Justicia Francisco Caamaño, tendrá por nombre Ley de Libertad Religiosa y de Conciencia, pues regulará por vez primera la objeción de conciencia y los derechos de aquellos ciudadanos que no profesan confesión alguna. El proyecto, que se presentará a finales de año, buscará mejorar en igualdad y definir mejor los espacios de neutralidad religiosa de los poderes públicos en los espacios públicos, dice el ministro, así como evitar que sean los jueces, en cada caso concreto, los que tengan que resolver polémicas relacionadas con la libertad religiosa, como ha venido ocurriendo hasta ahora.

Uno se pregunta, como hace hoy Salomé García en Público, ¿y si alguno de esos altos cargos quiere jurar?, ¿habrá una segunda mesa católica?, ¿tendrá que disponer el rey en Zarzuela de todos los símbolos de todas las religiones por si algún ministro es de otra confesión?, ¿no sería más fácil eliminar los juramentos ante cualquier dios y que bastara la palabra de cada uno para asumir una responsabilidad pública?

Pero lo que más debería llamar la atención sobre la necesidad y el prolongado retraso de esta nueva ley, ahora que por fin asoma a la luz después de más de treinta años de Constitución (artículo 16, ninguna confesión tendrá carácter estatal) son las circunstancias en que han venido ejerciendo su derecho al voto no pocos españoles durante una y otra cita con los sucesivos comicios.

Según Francisco Delgado, presidente de la asociación Europa Laica, entre el 20 y el 25 por ciento de los colegios electorales del país cuentan con símbolos de la religión católica, institución claramente decantada hacia una determinada opción política, según consta con sobrada evidencia, sobre todo desde que los obispos se metieron a pancarteros. El próximo domingo algunos ciudadanos quizá tengan la oportunidad de comprobar cuando voten la presencia de los crucifijos junto a las urnas.

Como no sea en El Vaticano, no creo que esto ocurra en ningún otro Estado de Europa. Ni siquiera en Irlanda, donde acabamos de saber hasta qué punto puede ser peligroso privilegiar el uso del crucifijo cuando este símbolo se transforma en herramienta de sórdidos delincuentes.

RedDIARIO
Tenía razón la iglesia con lo del lince. (Eloy Moreno/Tercera Opinión).

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