lunes, 31 de marzo de 2008

LA ANCIANA MADRE, HIJA DEL ACERO


Félix Población
La anciana madre tiene nombre godo. Se llama Ermesinda porque a su padre, un obrero del acero, le sedujo la épica de Pelayo, una de cuyas hijas se llamaba así. Del abuelo asturiano, que quemó sus cincuenta y pocos años al pie de los altos hornos, tal parece que sacaran sus cuatro hijas el temple del duro metal que consumió su vida. Dos superan los noventa y una tercera los cumplirá pronto. Ermesinda es una de las nonagenarias y si todo va bien -como hasta ahora- está a punto de superar una neumonía.

He acompañado a la anciana madre estos días atrás en los hospitales. Del de La Paz, en Madrid, tan inhóspito por lo descomunal y masificado, la trasladaron a un centro con muchas menos plazas, urgencias y pasillos en las afueras de la capital. Se trata de un edificio de sólo tres plantas, hasta el que llega el perfume de los vecinos pinares. Es muy tonificante asomarse a las ventanas y escuchar a la primavera en el alborozo de los pájaros, así como avistar las cumbres nevadas de la sierra.

Todos los pacientes ingresados se caracterizan por tener una edad avanzada. En cuanto a la entidad de las enfermedades, dos han sido hasta ahora los fallecimientos en los tan sólo cinco días de estancia que lleva internada la anciana madre, por lo que parece que se trata de patologías graves o muy graves. Una de esas muertes ha ocurrido en su propia habitación. La difunta abandonó este inhospitalario mundo mientras sus familiares directos acababan de abandonarla unos minutos para ir a comer. Hay ancianas madres agonizantes que no respetan la hora del almuerzo.

Peor acaso que irse así de sola es ingresar en el centro igual de sola, como la anciana que ha sustituido a la fallecida en la habitación de la anciana madre, sin nadie más que la propia enferma para orientar de sus antecedentes al personal sanitario.

Hay mucha soledad en este hospital de viejos. Por la noche, mientras la anciana madre va recuperando el sosegado ritmo de su respiración, se esparcen por los pasillos de las plantas apagados lamentos, prolongados soliloquios y repentinas quejas. Éstas suenan como latigazos de alerta humanitaria contra la indiferencia de una atmósfera oscura de silencio, sobre la que acaso tienden sus manos huérfanas de amable y familiar compañía.

Puedo asegurarles que la anciana madre, hija del acero, nunca fue muy pródiga en mimar a sus hijos. Eso también debió de venir incorporado con la fundición y resistencia de su temple, pero les aseguro asimismo que sus ojos se derriten de ternura cuando pongo en su piel el tacto de mis besos.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Félix: me extrañaba mucho tu silencio de estos días, ya que para mi madre, Marina, y para mi tu página es de obligada lectura cotidiana.
He intentado encontrar manera de conectar por privado para conocer la evolución de tu madre, pero he sido incapaz.
Creo que este no será el mejor método de hacerlo, pero es lo que se me ocurre. Si lo consideras puedes contactar conmigo en cabarros36@hotmail.com.
Besos y ánimo
Covadonga Álvarez Barros

Anónimo dijo...

Gracias, Covadonga, por tu seguimiento y el de tu madre, a la que mando un abrazo. Te agradezco mucho más tu interés por la anciana madre. Te escribiré a tu correo en cuanto pueda. Un beso para las dos.

Anónimo dijo...

También yo extrañaba tus silencios y me temía lo de tu madre, sabedor de su edad, y de haber perdido a la mía el pasado diciembre. Dale toda tu ternura y un cálido beso de nuestra parte

Anónimo dijo...

Los viejos tienen poco porvenir ahora, cuando la sociedad es más vieja que nuca, pero no me atrevo a predecir el que tendrán dentro de unos años, cuando el respeto a la ancianidad siga sufreindo más en esta sociedad que idolatra a la juventud. Por lo demás, un abrazo en estas circunstancias.

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