Néstor Sappietro
En una de las esquinas del hambre, en la provincia de Tucumán, un pibe de ocho años fue herido por el propietario de una finca al intentar llevarse algunos vegetales que allí se cultivan. El dueño del terreno hizo un disparo con su escopeta y un perdigón dio en el cuerpo del niño. El pibe de ocho años se recupera de su herida en el Hospital de Niños. La policía busca al propietario de la finca. Ojalá lo encuentre. Seguramente, algún antiguo escritor de fábulas podría encontrar una moraleja que exculpe al tirador "justiciero" y aleccione al pibe que buscaba comida.
Digo esto porque las fábulas y sus alegorías, en muchos casos, esconden una falsa moral que justifica las conductas más atroces. Los chicos merecen una literatura solidaria donde las hormigas repartan su riqueza y no existan cigarras que pasen hambre. En este tiempo, en nombre de la seguridad, aparecen voces que proponen "licencias de ofuscación" cuando quien dispara pertenece a un sector de la sociedad, y exigen la máxima severidad para las faltas que cometan los desesperados. En este caso, el desesperado tiene apenas 8 años y terminó en el hospital.
Las moralejas que se escuchan en estos casos recuerdan a aquella fábula de Samaniego en que una tortuga le ruega al águila que le enseñe a volar: "Con sólo que me des cuatro lecciones, ligera volaré por las regiones", rogaba la tortuga. El águila se ríe del desatino y le aconseja, "sigue tu destino, cazando torpemente con paciencia, pues lo dispuso así la providencia". La tortuga insiste, el águila la arrebata, la lleva por las nubes y comenta: Mira como subes ¿Vas contenta?, la deja caer y se revienta". La moraleja de Samaniego ante semejante acto de crueldad decía: "Para que así escarmiente quien desprecia el consejo del prudente".
Con enseñanzas como ésta es más fácil comprender el destino de nuestra especie. Probablemente, alguna voz de los que miran el mundo desde el balcón de la comodidad se levantará para avalar esta perversa forma de dar lecciones, y comentará: "Bueno, no está bien meterle un tiro, pero el pibe estaba robando vegetales en la finca del hombre". Y es verdad, un pibe de 8 años no tendría que estar recibiendo perdigones por buscar comida. A los 8 años un pibe debería estar contando las estrellas, dibujando caballos, inventando gambetas en una canchita de fútbol. A los 8 años un pibe debería tener la comida a tiempo y aprender a hacer oraciones, sumas y restas para poder pelear un mañana digno.
La realidad de éste y otro montón de pibes de 8 años tiene que ver con las urgencias, y está muy lejos de lo que todos sabemos que debería ser. En cuanto a las tortugas, conocemos otra historia que es mucho más solidaria que la de Samaniego. La escribió Julio Cortázar, y dice: "Pasa que las tortugas son grandes admiradoras de la velocidad, como es natural. Las esperanzas lo saben, y no se preocupan. Los famas lo saben y se burlan. Los cronopios lo saben, y cada vez que encuentran una tortuga, sacan la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga dibujan una golondrina".
Así son las cosas, están los que arrojan a las tortugas desde lo más alto para terminar con ellas y, afortunadamente, existen los otros, dispuestos a dibujarles golondrinas en los caparazones para andar el camino juntos.
Fuentes de datos: Diario La Gaceta, Tucumán 09-12-07 / Julio Cortázar: Historias de Cronopios y de Famas.
Agencia de Noticias Pelota de Trapo
1 comentario:
Me ha gustado mucho el texto. Qué poco periodismo se hace con quienes nos siguen para heredar la tierra.
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