miércoles, 26 de diciembre de 2007

EL BELÉN DE BENEDICTO XVI Y EL DE LEONARDO BOFF


Melibea

El Papa y dicen que reputado teólogo Benedicto XVI ha preferido que esta Natividad en El Vaticano no apareciesen en el tradicional Belén de la Plaza de San Pedro las figuras del buey, la mula y los pastores. Aseguran los expertos que así el santo Padre que vive en Roma se ciñe estrictamente a lo que consta en la Biblia, según leo en la información que acompaña a la imagen. Aprovecho por eso la oportunidad para remitir al lector al magnífico texto que sobre los dos animales vinculados en la imaginería popular al pesebre de Jesús escribe otro teólogo no menos reputado, Leonardo Boff, sirviéndose de una tradición mucho más reconfortante que la que cuenta que la mula y el buey fueron condenados a no tener descendencia por comerse las pajitas de la cuna de Cristo:

Los evangelios no hablan del buey y la mula que habrían estado en el pesebre junto a Jesús sobre las pajas. Pero la tradición habla de ellos. Su historia es conmovedora y encanta a niños y adultos. Y en estos tiempos ecológicos adquiere un significado especial. Vamos a contar la verdad de esta historia antigua que es narrada a su manera en cada lengua.

Un campesino tenía un buey y una mula muy viejos e inservibles para el trabajo en el campo. Se había encariñado con ellos y le habría gustado que muriesen de muerte natural, pero se consumían día a día. Así que resolvió llevarlos al matadero. Cuando tomó la decisión se sintió mal y no consiguió dormir en toda la noche. El buey y la mula notaron que había algo raro en al aire. Movían inquietos sus osamentas sin poder dormitar. La vida había sido dura. Habían pasado por varios dueños. De todos habían recibido muchos palos. Era su condición de animales de carga.

Hacia la media noche, de repente sintieron que una mano invisible los conducía por un estrecho camino hacia un establo. Decían entre sí: «¿Qué nos obligarán a hacer en esta noche fría? Ya no tenemos fuerzas para nada».

Fueron conducidos a una gruta donde había una lucecita trémula y un pesebre. Pensaban que irían a comer algo de heno. Quedaron maravillados cuando vieron que allí dentro, sobre unas pajas, tiritando, estaba un lindo recién nacido. Un hombre inclinado, José, procuraba calentar al niño con su aliento. El buey y la mula comprendieron inmediatamente. Debían calentar al niño. También con su aliento. Acercaron sus hocicos. Cuando percibieron la belleza y la irradiación del niño sus viejos esqueletos se estremecieron de emoción. Y sintieron un fuerte vigor interno. Con sus hocicos bien cerquita del niño empezaron a respirar lentamente sobre él, y así se fue calentando.

De repente, el niño abrió los ojos. «Ahora va a llorar», dijo la mula al buey, «verás que le asustaron nuestros feos hocicos». El niño, por el contrario, los miró amorosamente y extendió su pequeña mano para acariciar sus hocicos. Y seguía sonriendo, como si fuera una cascada de agua.

«El niño ríe», dijo José a María. «No para de reír». «Debe ser que le hizo gracia el hocico del buey y la mula». María sonrió y quedó callada. Acostumbrada a guardar todas las cosas en su corazón, sabía que era un milagro de su divino niño. El hecho es que los propios animales se sintieron alegres. Nadie les había reconocido ningún mérito en la vida. Y he aquí que estaban calentando al Señor del universo en forma de niño. Cuando volvían hacia casa notaron que otros burros y bueyes los miraban con un aire de admiración. Estaban tan felices que al avistar la casa, hasta se arriesgaron a un galope. Y ahí se dieron cuenta de que estaban realmente llenos de vitalidad.

Volvieron al establo. Por la mañanita vino el patrón para llevarlos al matadero. Ellos lo miraron compungidos, como diciendo: «¡déjanos vivir un poco más!». El patrón los miró sorprendido y dijo: «¿pero son éstos mis viejos animales?, ¿cómo es que están tan vigorosos, con la piel lisa y brillante y las patas firmes y fuertes?»

Y dejó que se quedaran. Durante años y años sirvieron fielmente al patrón. Pero él siempre se preguntaba: «Dios mío, ¿quién trasformó de repente en jóvenes y robustos a aquella mula y aquel buey tan viejitos?» Los niños, que saben del niño Jesús, pueden darle la respuesta.

Con el Niño, el buey y la mula les deseo «Feliz Navidad a todos los lectores y lectoras».

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo más preocupante es lo de los pastores, pues mal andará la iglesia sin ellos, y a juzgar por la falta de vocaciones, parece como si el papa tratase de hacer una alegoría contra su voluntad.

Small Blue Thing dijo...

Lo cachondo es que los pastores SÍ aparecen en Marcos...

Hay un relato aún más bonito, en el mismo plan. Es un cortometraje de Disney que recuerdo fotograma por fotograma y que hace años que nadie repone. Se trata de la historia de un pobre borriquillo al que, ya cascao, el amo maltrata y quiere sacrificar. El hijo del amo, un crío, se escapa con el burro y pasa todo el día intentando que alguien le haga el favor de acogerle, pero la gente del pueblo les maltrata de mala manera, porque son inútiles.

Hasta que llega un forastero y le dice: "tranquilo, chaval, yo me quedo con el burro, que además a mi mujer le hará bien ir en su grupa, porque está a punto de dar a luz y viene cansada de Nazareth". Y el niño se despide _a esas alturas ya estamos llorando el niño, el burro y yo_, y José se lo lleva a las afueras de Belén, y le promete que le tratará bien el resto de su vida.

Fin :)

Anónimo dijo...

Pues sí me lo parece. Gracias por la información.

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho la leyenda de Boff y también la oportunidad de traerla a cuento con lo de Benedicto.

Anónimo dijo...

Benedicto quita a los pastores porque se va quedando sin ovejas.

Anónimo dijo...

Sobre todo porque algunas ovejas tientas a los pastores y los provocan, que diría el obispode Tenerife.

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