viernes, 26 de octubre de 2007

José María Gutiérrez y Vargas Llosa

Melibea

Les confieso que después de haber leído el pasado domingo en El País el artículo de don Mario Vargas sobre don José María Gutiérrez (José María y la solitaria) estuve a punto de conmoverme. Es lo propio cuando un afamado escritor, de probada eficiencia narrativa, se refiere a un amigo al que no le sonrió la fortuna y del que hace un elogiosa memoria por su dignidad moral. La estética del fracaso, sin embargo, es siempre muy literaria, y algo debí de percibir en este sentido que me hizo desconfiar de la sinceridad del escrito del señor Vargas Llosa. Quizá le faltaba al texto lo que personalmente a mí me faltó como lectora para que un artículo interesante susceptible de conmover se quedara en el intento. La respuesta, no obstante, me la ha dado hoy un reconocido escritor salmantino, Luciano E. Egido (en la foto), amigo de toda la vida del fallecido señor Gutiérrez y al que profeso un gran respeto como autor y persona de probada integridad, y cuya carta en el diario El País de hoy me merece, por lo tanto, la máxima credibilidad y casi la instintiva emotividad que eché de menos como lectora en el artículo de don Mario Vargas, de quien leo ahora con el gusto de siempre su última novela, Travesuras de una niña mala:

Como amigo de José María Gutiérrez durante más de cincuenta años, y en su memoria, debo hacer algunas precisiones y rectificar los errores del artículo que Mario Vargas Llosa publicó sobre él en EL PAÍS del domingo 21 de octubre. Es de agradecer el exacto retrato moral que hace de José María, aunque a él le hubiera gustado recibir esta prueba de amistad en vida, porque en los últimos tiempos muchos de sus amigos le dieron la espalda, de lo que él se quejaba con amargura, aunque conservó la amistad fiel de tres o cuatro verdaderos amigos, como el gran traductor López Muñoz, el profesor Escobar y yo mismo.
No es verdad que fuera hijo de campesinos, como se afirma en el artículo. Su padre era un acreditado veterinario en Valencia de don Juan, y su madre era maestra de corte y confección, en ejercicio, y aficionada a la literatura, pues en su vejez -murió a los 104 años- escribió un par de ingenuas novelas, que José María me hizo llegar. Su vivienda en el pueblo no era una "casita", sino una gran casa de piedra, de dos pisos, resto del esplendor familiar del pasado, en el centro mismo de Valencia de don Juan, con una nutrida biblioteca profesional de su padre. Tampoco es verdad que su mejor película se titulara Viba, Azaña, impensable bajo la dictadura, sino ¡Arriba, Hazaña!, sobre una novela de Vázquez de Soto. No le enviaron ningún pasaje de avión desde la Argentina, que se lo pagó él, pues acababa de vender una finca del patrimonio familiar, por la que le dieron una punta de millones. Su único hermano no está en un hospital, sino en una residencia, en León. En la referencia a la familia, el articulista se olvida de su hijo Maxi, licenciado en Biología y de más de treinta años, que le ayudó a vivir los últimos tiempos, le acompañó y le cuidó con un ejemplar sentido de la filialidad y le visitó cada 15 días en su pueblo, coincidiendo allí con mi mujer y conmigo en nuestro doloroso último encuentro con él, pocos meses antes de morir.
Su vocación de pintor nunca estuvo bien definida, pues en Salamanca, donde nos conocimos, escribía cuentos, dirigió teatro y asistió a las sesiones del cine-club. Nunca renunció a la pintura, y sus verdaderos amigos tenemos muchas muestras de su talento pictórico y de su generosidad. Yo también tuve frecuentes peloteras con él, como recordé en la sesión que le dedicó la Filmoteca Nacional de Madrid, pero seguí siendo su amigo y pudo hacer El obispo leproso, gracias a mí, entonces director de Programas de Ficción de TVE.
Finalmente, su grado de amistad con el muerto no era tan grande como Vargas Llosa quiere hacer ver, pues los últimos años le dio esquinazo constantemente y llegó a dejarlo con la palabra en la boca, nada más llegar de visita a su casa de Madrid, porque se estaba preparando para ir a comer con José María Aznar a La Moncloa, además de no comunicarle la segunda versión del Pantaleón y otros desplantes. No obstante, su recuerdo de José María y su comentario sobre la incapacidad que tenía para promocionarse están muy bien. Mejor ser un "lobo estepario" que un Rastignac cualquiera.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Vargas Llosa debería escribir novelas y no artículos cuando utiliza así a quienes dice que fueron sus amigos. Sería más digno y le daría el mismo dinero.

Anónimo dijo...

Luciano ha hecho un grandísimo favor desmontando una por una las patrañas (muy literarias y bien escritas, eso sí) que ha soltado Vargas Llosa en su homenaje, que por otro lado deja clarísimas su condición de "triunfador" frente a los pobres diablos que son sinceros, honestos, leales en la vida. Pobrecitos, ellos, que fracasarán siempre... En fin.

Si te interesa, además de la carta de Luciano, se publicaron 1 y 4 días antes, respectivamente, las cartas de otro 'mejor amigo' de Jose María, llamado Pepe Escobar, y la de su hijo (yo). Ayudan a dar aún más luz al tema...

http://www.elpais.com/articulo/opinion/memoria/Jose/Maria/elpepuopi/20071025elpepiopi_7/Tes
http://www.elpais.com/articulo/opinion/Jose/Maria/padre/elpepuopi/20071022elpepiopi_7/Tes


Estoy con 'ledes' en su comentario, la verdad.

Saludos cordiales.

Anónimo dijo...

Muchas gracias por la información. Un saludo cordial, Max.

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