martes, 23 de octubre de 2007

Cabezas rapadas, odios llenos, miedos ciegos

Félix Población

Acabo de leerlo en el Diario Ruso de Anna Polítkovskaya, cuya digna y valerosa voz asesinaron hace algo más de un año en Moscú: En San Petersburgo, unos cabezas rapadas han apuñalado hasta la muerte a la niña de nueve años Jursheda Sultánova en el patio del edificio de apartamentos donde vivía con sus padres. Sus padres, tayikos, no eran inmigrante ilegales, pero después de eso regresaron a Tayikistán con el pequeño féretro de su hija. Veinte mil jóvenes pertenecen a organizaciones fascistas o racistas en San Petersburgo. El fascismo está de moda en Rusia, dice Anna. Su aspecto, mentalidad y objetivos equivalen a los que nos han deparado ayer las cámaras de un tren de Cataluña como ejemplo cabal de la barbarie. El vagón está casi vacío. Sólo lo ocupan un joven de aspecto discreto, sentado en primer plano, otro que se sienta de espaldas con un móvil en la oreja y una chica que no ha podido resistir una mirada hacia el que habla por teléfono, amedrentada sin duda ante lo que dice: Moro, disparo, matar son palabras ante las que no se puede sentir indiferencia, tanto si se está como si no se está en el cupo. Son palabras que reptan punzantes de recelo e inquietud por el cuerpo si quien las ejecuta está a tu lado, luce una cabeza tan rapada como su cerebro, apenas hay nadie que pueda defenderte y el matón cala con su perspicacia pendenciera el temor en una víctima propiciatoria que sí está en el cupo. Antes de actuar con el instinto chulesco que los caracteriza, el energúmeno echa una mirada al entorno, no vaya a ser que alguien le prive de la gozada de apalear al débil con total impunidad. Cerciorado de ello, la emprende a pellizcos y golpes con la joven ecuatoriana, incapaz de defenderse en su angustia, presa del estupor y el pánico. A merced de su atacante y de los minutos de tránsito que quedan hasta la parada próxima, esa adolecente pudo haber sufrido la misma suerte que la pequeña Jursheda bajo el cielo acerado de San Petersburgo. Pero no estaba sola. Por mucho que nos indigne la espeluznante ejecutoria agresiva del facineroso, más nos debería preocupar la pasividad de quien asiste a la felonía ajeno a su infame decurso e impredicible desenlace, como si el miedo le hubiera dejado ciego e inerme ante tan próximo y jactancioso arrebato de bestialidad. No hay mejor caldo de cultivo que el miedo para nutrir esa barbarie. Cabe preguntarse cómo actuaría cualquiera de nosotros ante esa circunstancia.

PS.- Lo más terrible de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena. (Gandhi)

RedDiario
Noticia
PROTESTAS EN UN TREN CONTRA UN REVISOR RACISTA
Más de un centenar de pasajeros del tren regional Renfe de las 7.25 de la mañana que hace el trayecto Girona-Figueres se ha amotinado contra el revisor del convoy por pedir el billete únicamente a un pasajero negro. Los hechos sucedieron a la altura de la estación de Flaçà, a medio camino entre las dos ciudades.
El País.com

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Probablemente haríamos lo que hicieron cuantos presenciaron tamaña muestra de barbarie. Es decir: nada. No procede, pues, el escándalo sino la reflexión y ésta es la mía: Mientras creamos que corresponde a los demás y no a cada uno de nosotros la defensa de los inalienables derechos que posee la persona humana, tales muestras de barbarie seguirán existiendo. Pero, claro, siempre nos arreglamos para hallar disculpas que justifiquen nuestra falta de solidaridad, nuestra carencia de comprensión, nuestro egoísmo y nuestra cobardía. Le aseguro a usted que no merece la pena vivir en un mundo así, a no ser que nos propongamos seriamente exigirnos a nosotros mismos lo que con inigualable ferscura y cara dura exigimos a los demás.

Anónimo dijo...

Por instinto solidario hacia el débil, toda persona de bien estaría naturalmente obligada a intervenir. En nuestro tiempo, si ello ya se cuestiona, es que nuestro tiempo es humanamente cuestionable.

Anónimo dijo...

Creo que el chico que no intervino también era emigrante y por lo tanto su miedo a no actuar era doble.

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