viernes, 27 de julio de 2007

El descrédito de los políticos y los curas

Félix Población

Del reciente informe que acaba de hacer público el BBVA, que lo ha patrocinado, no sorprende que los políticos y los curas sean profesiones sobre las que los españoles albergan un manifiesto recelo. Desde siempre ha sido así, a pesar o gracias a la influencia de la católica iglesia en nuestra historia -por lo que hace a los clérigos- y merced al carácter trepador y ventajista con el que solián venir adjuntos desde antiguo y casi por tradición los cargos políticos.

Lo que sí llama la atención y debe ser motivo de obligado y preocupante miramiento es que ambas profesiones sean las menos valoradas de entre todas las que aquí y ahora se ejercen. Porque aquí y ahora no estamos en los tiempos, tan magníficamente recreados por nuestra literatura crítica, en que oligarcas y caciques favorecían hasta el desafuero a unos y otros.

El nuestro es sin duda el periodo político más dilatado y firme que España ha vivido en democracia a lo largo de su historia. Durante los pasados tres decenios, este país ha experimentado un cambio radical que lo ha llevado a dudar de la distancia cronológica que nos separa de las imágenes de mediados de los setenta. Emparentadas más con el oscuro pasado que las precede que con nuestro presente, cuesta admitir incluso que pocos después de esos años se gestó la España de hoy día.

Entonces, sin embargo, durante aquel lustro de la bulliciosa transición, afloró al porvenir de la nación que se abría paso contra el oscurantismo del ayer una clase política empeñada en un proyecto de libertad al que la iglesia católica, con el cardenal Tarancón al frente, prestó la colaboración y el comprensivo impulso que ese nuevo tiempo requería en connivencia con el estado de opinión y sentir de aquella sociedad.

Esa sociedad ha evolucionado con el transcurso de la propia democracia española, porque si algo está claro en un régimen de libertades es la capacidad de interpretación y crítica que los ciudadanos pueden hacer de la realidad política para tratar de influir en la misma con su criterio. Si quienes nos representan han perdido el crédito del que no hace mucho gozaron es porque no están acometiendo con la dignidad y eficiencia debidas su profesión.

Si otro tanto sucede con la clerecía es porque la jerarquía eclesiástica y muchos de los respetables monseñores que la personifican no cejan en distanciarse del presente para empantanarse en los privilegios y pautas del pasado, adscritos a tendencias reaccionarias que no constan como estado de opinión en la mayoría social. Si esa obispalía retro confía más en la posibilidad del cambio regresivo que propician sus discursos y su emisora que en el proceso evolutivo de toda sociedad, allá sus mentores. Puede llegar la hora en que del descrédito en que ahora transitan pasen al olvido que por su cerrazón merecen.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

En lo fundamental comparto su atinado criterio, pero me permito hacer dos matizaciones. El descrédito de la clase política ha de relacionarse con la poca categoría humana que poseen la mayoría de nuestros gobernantes, a los que la palabra "democracia" les llena la boca, pero nada más. A algunos, incluso, les llena los bolsillos. España es hoy una partitocracia muy cerrada y el derecho de voto se ejerce respecto de partidos y no respecto de personas. Tal cosa fomenta el culto a la personalidad y, claro, si luego la personalidad del político elegido deja mucho que desear sobreviene la decepción y la consiguiente abstención en las urnas.
Los llamados "curas", por su parte, en lugar de dedicarse a ejercer su ministerio vocacional se dedican a otras tareas a las que eufemísticamente llaman "pastorales". Las "ovejas", que no son tontas, se dan cuenta de ello y por eso dejan de asistir a misas-mitines, misas-espectáculo y misas-carnaval. Lo de que "esto es pecado y esto no" ya no funciona. Lo de la confesión tampoco funciona. Así pues, ¿para qué sirven los "curas"? ¿Para dar clases en Colegios privados o dedicarse a la noble tarea de hacer política?

Anónimo dijo...

Sería otra la opinión de los españoles si se valorase el trabajo de los curas en los países del tercer mundo.

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