viernes, 22 de diciembre de 2006

Un abeto muerto en la plaza de Bernini

Melibea

Lo siento, no he podido encontrar la fotografía que ilustre mi más condolida indignación, pero puede que más de un lector haya podido atisbar la imagen en los telediarios o complementarla con las que proliferan de tan mal y recurrido ejemplo en otras mil y una plazas de nuestras ciudades, que hasta compiten por superarse en las dimensiones del ejemplar talado. Me refiero al complejo y aparatoso traslado en helicóptero de un abeto gigante de 110 años de edad y 34 metros de altura, cortado en el Bosque del Monte del Geraglione, en el parque Nacional de Sila, Calabria, para su implante contra natura en la vistosísima plaza porticada de Bernini, espacioso y carismático corazón de masivas convocatorias en la sede vaticana. A mayor abundamiento de tamaña tropelía, su santidad Benedicto XVI se ha permitido recordar a los fieles el valor simbólico del árbol navideño: exalta el valor de la vida, que se mantiene siempre verde si se convierte en un don a los demás. Por respeto a su figura evito comentar esas palabras y me limito a remitirme al título de esta breve glosa.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Vida en conserva parece que es lo que predica el papa.

Anónimo dijo...

¿Alguna vez has oído Melibea que los curas defendieran el medio ambiente en sus homilías?

Anónimo dijo...

Cortar árboles no va con creced y multiplicaos, aquí alguien va por dirección prohibida, a no ser que que los hijos sean para el desierto.

Anónimo dijo...

Dios está harto de religiones, dijo Gala.

Anónimo dijo...

Parece ser que los árboles no son de Diós...

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