Lazarillo
Permítanme mis contados pero selectos y preciados lectores que prosiga con el de hoy la serie de breves comentarios acerca de mi experiencia docente en una universidad italiana. No quiero dejar sin la oportuna glosa las dudas que ahora más que nunca me acechan en torno a la verdad del saber y entender en el ámbito universitario.
Mi gusto, estudio y admiración por la literatura española me llevó a preparar el curso que se me encomendó con cierto rigor y detenimiento. A más de informaciones morfosintácticas que consideré pertinentes y aspectos relacionados con el lenguaje coloquial, seleccioné textos y autores como si en ello me fuera la credencial de estimulante propulsor de esa querencia fundamental para nuestra cultura.
Mi perplejidad casi supera a mi decepción cuando, por extravío de mi equipaje gracias a la compañía Alitalia y consiguiente pérdida del material documental, la titular del departamento quitó importancia al hecho en razón del escaso conocimiento de los estudiantes, conformes de seguro con cualquier amena charleta que les propusiera. Por suerte, recuperé la maleta y no me conformé con la alternativa más fácil sugerida por la docta catedrática.
En días sucesivos pude comprobar que las cátedras y quienes aspiran a ellas suelen estar en entredicho cuando lo que prima es una estructura de poder. El espíritu docente suele esfumarse cuando quienes detentan tan responsables asientos dan a su posición carácter de dominio más que de comunicación y profundización en el saber. Están arriba, afincados en su orgullo y escalafón, y el resto del mortal profesorado se rinde a sus pies a la espera, no de acometer un trabajo que le haga digno del ascenso a la cátedra, sino de merecer la aquiescencia de sus superiores.
Al aislamiento en la cumbre que caracteriza a los primeros, celosos de congresos donde cebar su pedantería y acumular estipendios compensatorios, se le unen las numerosas horas de clase de los aspirantes, mal pagados y con un ritmo de tarea auténticamente estresante. Unos y otros, por razones dispares, han perdido y van perdiendo -si alguna vez la tuvieron- la razón vocacional de transmitir la verdad del conocimiento que ha de primar en su estamento profesional.
Pagando el pato quedan en último término los alumnos, a expensas de la ignorancia titulada, a menos que por notable inteligencia, sumo esfuerzo o fortuna personal puedan cubrir las deficiencias de la enseñanza administrada. Sólo una exigua minoría de los míos tiene un conocimiento mínimo de la literatura española en tercer curso de especialidad. Por eso eran proclives, según la máxima responsable de su aprendizaje, a conformarse con cualquier cosa, carentes como están de una universidad en que la verdad del conocimiento sea de verdad su razón de existir y no una lejana y borrosa entelequia.
4 comentarios:
En una sociedad que cultiva la superficialidad no cabe una universidad entera y verdadera sino mediocre y burocratizada, en Italia o donde sea, estimado Lazarillo. Que le vaya bien y lo lleve usted lo mejor que pueda. Saludos.
Lo que usted dice, Lazarillo, no es un problema de Italia. Si no ha logrado observarlo en las universidades de sus pais es que usted no se dedica a la docencia habitualmente.
Gracias por esa bella leccion de humanismo ensenando lengua y literatura. Pena que no se quede mas tiempo, profesore.
Agradezco al signore don Felix su comentario vero sobre la realidad universitaria, sobre todo en aquellas ciudades sin brillo publicitario de prestigio.
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