Celestina Tenerías
Cuentan quienes lo han tratado que don Amando de Miguel, a más de pesetero, es un tipo fatuo y pedante con muy poca educación. Como siempre que se comentan las debilidades del prójimo, mantengo ante ellas una cauta reserva por aquello de lo fecunda que es entre letrados e intelectuales la hiedra de la envidia.
En esta ocasión, sin embargo, ha sido el propio protagonista quien ha hecho pública ostentación de su desfachatez. Lo ha expresado además en unas circunstancias no precisamente idóneas para la frivolidad o el mal gusto. Se presentaba en el Consejo Económico y Social, del que forma parte el sociólogo zamorano, la Ley Integral contra la Violencia de Género. Tras la exposición de la misma a cargo de la Directora General de la Mujer de la Comunidad de Madrid, don Amando le preguntó por la definición del término mutilación genital, a lo que doña Patricia Flores respondió que consistía en la ablación del clítoris. Fue entonces cuando el señor de Miguel especificó que el clítoris no era un órgano genital porque no sirve para la reproducción, sino para el placer, con la grosera e inadmisible impertinencia añadida de preguntarle a su interlocutora si tenía clítoris.
Calificar de machista y sexista el comportamiento de don Amando puede resultar una delicadeza. Reclamar su destitución del citado Consejo es algo más que una obligación. No sé qué obsesiones subyacen en el punto de vista del popular sociólogo, pero este tipo se encrespa hasta el desbarre cada vez que el placer asoma por los sentidos de las relaciones humanas. Hasta la propia violencia doméstica, cuyo trágico balance de víctimas entre las mujeres no deja de incrementarse cada día, es para don Amando consecuencia de la primacía de los valores hedonistas sobre los religiosos.
Las caricias, señor de Miguel, tanto tiempo proscritas por los representantes de los valores religiosos que usted aclama, sólo matan a quienes han perdido la facultad de sentirlas. Y no porque los maten, sino porque están muertos.
2 comentarios:
Yo a eso lo llamo pitopausia.
Yo también, y es muy frecuente en los intelectuales.
Publicar un comentario