Literatura de hoy: a tanto el folio

Lazarillo

Este curioso Lazarillo, si de algo presume, es de lector, menester que le ha ocupado los mejores de sus días. Todo empezó con Bécquer en la lejana y absorta adolescencia, sin que la intensidad receptiva ante las leyendas del poeta sevillano haya decrecido con el paso de los años ante otras obras que merezcan su interés. Hay goces que se afinan con la edad y se nutren con la propia experiencia.

Por gusto y ejercicio, a este Lazarillo le apesadumbran con frecuencia las producciones que la crítica especializada celebra con sus elogiosos comentarios. Esas adulaciones y lisonjas están predeterminadas por el medio que las difunde, según sea el autor proclive a uno u otro grupo empresarial.

Me refiero, obviamente, a los títulos de autorese españoles e hispanoamericanos contemporáneos, sea cual sea el género o los méritos que con vistas a la mercadotecnia conlleve el libro: premios, número de ediciones, difusión en otras lenguas, etc. Nada es fiable si, tras la firma del crítico de turno, como suele ocurrir, se esconde un asalariado de la editorial, un escritor frustrado, un amiguete a favor vista o un inepto, cuando no todos esos atributos en un mismo keat.

Lo cierto es, señores, que este Lazarillo ha tenido que abandonar en los últimos meses auténticos bodrios novelescos, incluido algún Nadal y varios Planeta, porque su tiempo de lector es muy caro y hay mucho del pasado que sigue mereciendo su atención, aunque sea como relectura.

La explicación a tanta basura impresa me la ha dado el otro día en la radio un escritor de discreta nombradía cuando, con una espontaneidad muy digna de su persona, se refirió a la clara distinción que media entre sus obras de encargo, pagadas a tanto el folio, y las que no. Con esta literatura al peso es como se explica el plomazo de buena parte de la mercancía en venta.