Félix Población
Una vez hecho público el texto íntegro del testamento de Juan Pablo II, sorprenden cuando menos en su contenido tres cosas. La primera es el desconocimiento definitivo, al no figurar mencionado en dicho documento, del cuarto cardenal in pectore nombrado por Su Santidad en 2003. La segunda es la intención de dimitir del pontífice a mediados del año 2000, sobre la que pesa -una vez revelada- la hipótesis de un error espontáneo de traducción conceptual no muy digerible. En tercer lugar, su deseo y mandamiento expreso de que todos aquellos escritos personales fueran quemados a su muerte.
Tres de los cuatro cardenales in pectore elegidos por Karol Wojtyla son conocidos desde hace varios años. Se trata del arzobispo Pin-Mei, de la Republica Popular China, del arzobispo de Lviv (Ucrania) y del arzobispo de Riga (Lituania). Su nombramiento secreto (in pectore) obedece a razones de seguridad, que se pueden fundar en los riesgos de ejercicio del apostolado en un medio no favorable u hostil al catolicismo. ¿Por qué el Papa dejó sin mención el nombre del cuarto purpurado, que haría el número 118 en el próximo cónclave?
El humano y comprensible deseo de dimisión (nunc dimittis) de Juan Pablo II a mediados del Año Jubilar del 2000, alcanzada la edad octogenaria y resentido ya por los primeros achaques de la enfermedad, extraña en quien -según se ha venido reafirmando desde las instancias vaticanas más próximas al pontífice- ha querido mantenerse por propia voluntad hasta las penúltimas horas de su agonía a la vista de sus fieles.
El dictamen de Wojtyla de condenar al fuego cuanto escribió en la intimidad, como personal expresión y comunicación de sus pensamientos y su fe, es muy de lamentar para los creyentes que con tanto celo han acudido a Roma a despedirle. La gran acogida de los libros escritos por el Papa, que en reiteradas ocasiones demostró sus dotes literarias, haría segura una multitudinaria difusión de esos escritos póstumos para bien de la Iglesia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario