martes, 22 de febrero de 2005

La ventana indiscreta del Windsor

Félix Población

De unos años a esta parte confieso mi suspicacia ante la causa oficial de las grandes tragedias. Quizá la razón para avistar los hechos desde esa perspectiva escéptica se deba a lo confusos que me siguen pareciendo los motivos por los que las Torres Gemelas de Nueva York saltaron por los aires. Desde la distancia que da el tiempo transcurrido, tengo mis dudas sobre si algún día se aclararán las cosas. Puede que no, dada la entidad de la masacre y las que ésta justificó después en los campos de batalla -civiles y militares- bajo los que discurre la madre de todas ellas: el preciado oro negro.

Lo cierto es que cuando el espigado y cristalino edificio Windsor de Madrid se ofreció como nocturna tea ardiente a la pública contemplación, lo primero que me pasó por la cabeza fue considerar la rotunda eficacia de la quema sin riesgo ni resultado lesivo alguno para el personal propio o ajeno a la torre. La sensación de consuelo que me reportaron esos datos incruentos, en medio de la impresionante imagen del rascacielos en llamas, pasó a convertirse después en creciente atisbo de incertidumbres.

No le di mayor importancia a mis dudas acerca de la versión oficial, un cortacircuito, porque al fin y al cabo sólo se basaban en lo oportuno que me parecieron el día y la hora, un sábado a media noche, idóneos en teoría para que no se registraran desgracias humanas. Cierto también que me resultó extraño que se produjera un cortacircuito de tan graves consecuencias en un edificio vacío y rigurosamente custodiado, al menos sin que se atajara antes su peligrosidad con la celeridad y medios requeridos.

Después se supo que un videoaficionado insomne aportó a la información gestada sobre el incendio un enfoque noticioso y sorprendente de vital importancia. Dos sombras de personal no identificado pululaban tras una de las ventanas del Windsor en llamas, cuando ni la temperatura interior ni el acceso al edificio -varias horas después de comenzar el fuego- parecían permitirlo. La extraña y verificable visión, difundida por todos los medios televisivos, cobraba de ese modo caracteres paranormales.

Gracias a la moderna tecnología de uso personal, una videocámara en este caso, un hecho noticioso ha sido investigado desde una perspectiva inédita. El detalle no debe parecernos baladí a quienes profesamos por nómina o vocación el oficio periodístico en estos azarosos tiempos. A saber lo que nos deparará el futuro a través de esas herramientas de información cada vez más sofisticadas. Puestas en manos del ciudadano medio con creciente familiaridad, tal parece que éste pretende remedar con ellas al mismísimo Alfred Hitchcock.

Lo que de momento no sabemos, en la circunstancia que nos ocupa y sin duda deberá ocupar en el máximo desvelo a las autoridades y peritos competentes, es el efecto y consecuencias de las imágenes reveladas. Si serán decisivas a la postre como testimonio fundamental para esclarecer las causas del siniestro o se integrarán -por oscuras e insondables razones- entre los muchos y misteriosos pétalos que configuran la flor de leyendas de la Villa y Corte.

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