sábado, 18 de diciembre de 2004

Te recuerdo Amanda

Félix Población

Hemos sabido 31 años después el nombre del responsable. Acaban de proclamarlo los jueces de un tiempo nuevo en Chile. Así de largo ha sido el plazo que se ha tomado la justicia frente a la fácil y burladora acechanza de ese fantasma devorador que llaman olvido.

No podía ser de otra forma. Si se calla el cantor, calla la vida. La vida seguía sonando en la razón y sentir de su canciones, entre quienes lo quisieron y lo escucharon, firmes valedores de su memoria y tenaces retadores de la impunidad criminal que segó su vida.

El cantor había dejado la semilla y la huella de su paso en la voz del viento. Dicen que los vientos fuertes llevan a cada cual a su sitio. El de los poetas afincados en la entraña popular está en la permanencia de su soplo para hacer más respirable la existencia:

Si se calla el cantor muere la vida,
porque la vida misma es todo un canto

Nada ni nadie silenciará jamás a los poetas, a menos que acabemos con la certidumbre de nuestro código fundamental de ser libres a través de la palabra. Si eso ocurriera nada tendría sentido porque habríamos claudicado ante la ausencia cordial de disentir y entendernos, compendio de nuestra cultura y suma proscripción en la que se basa y sobrevive la sinrazón de todo pensamiento único:

Que no calle el cantor porque el silencio
cobarde apaña la maldad que oprime.

A Víctor Jara lo detuvieron los frenéticos sicarios del general Augusto Pinochet al día siguiente del golpe de estado que acabó con el régimen democrático de Salvador Allende. Encarcelado en el Estadio Chile, donde se consumaría una de las páginas criminales más espeluznantes de la historia del país, fue golpeado y torturado, especialmente en las manos, pues sus verdugos pensaron sin duda que así acallarían para siempre la música de sus dedos. Aunque apagaron su corazón con 34 balazos, ni el corazón ni la música han dejado de sonar desde entonces:

Debe el canto ser luz sobre los campos,
iluminando siempre a los de abajo.

Por eso sabemos hoy que el director general de aquel concierto de barbarie en aquel estadio de muerte tiene identidad y rango. Confiado sin duda en que su retiro como militar de alta graduación sería plácido y apacible hasta el final de sus días, el teniente coronel Mario Manríquez acaba de encontrarse con la voz del cantor, que le acusa desde el sentimiento y la veneración de sus deudos, seguidores y amigos, aunados frente al tiempo y al olvido en el mensaje de justicia y libertad que proclamaban los versos:

No saben los cantores de agachadas,
no callarán jamás de frente al crimen.

Entre todos ellos estará Amanda, hija de Víctor y de Joan Turner, y nieta de Amanda, la abuela lavandera que levantó en el recuerdo de su hijo una de sus más enternecedoras e inolvidables canciones. Por eso, en esta horas de reencuentro con la verdad perseguida y la justicia anhelada, mi recuerdo para las dos Amandas, pues si la una dio raíz a la vida y al canto de Jara, en la otra ha de progresar sin duda la sazón de su ejemplo y su frutos. Porque:

Si se calla el cantor muere de espanto
la esperanza, la luz y la alegría

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