domingo, 29 de enero de 2017

VICENTE BLASCO IBÁÑEZ, REPUBLICANO Y FEDERALISTA

Francisco R. Pastoriza

Es difícil entender cómo un escritor que lo tuvo todo en vida: fama, dinero, reconocimiento internacional… haya sido prácticamente olvidado cuando aún no han transcurrido noventa años de su muerte. Las obras de Vicente Blasco Ibáñez apenas son leídas hoy por unas decenas de fieles seguidores, pese a su irrecusable modernidad, cuando en los primeros años del siglo XX alcanzaban cifras de venta espectaculares y eran adaptadas al cine con gran éxito en las pantallas de todo el mundo.
Los últimos intentos de reivindicar su figura se llevaron a cabo en Valencia, su tierra natal, con la celebración de un simposio internacional en enero de 1981 y con una exposición sobre su vida y su obra en 1986. Gozó de un cierto reconocimiento por las nuevas generaciones a raíz de la adaptación televisiva de algunas de sus novelas durante los primeros años de la transición. Desde entonces, silencio.
Ahora que el 29 de enero se cumplen 150 años de su nacimiento en Valencia en 1867, tal vez sea el momento de reivindicar el rescate de una obra que se movió entre lo comercial y la gran literatura y que dio a las letras españolas algunos de sus títulos más señeros.
Xulio Formoso: Blasco Ibáñez
Xulio Formoso: Blasco Ibáñez
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Una narrativa en el tránsito entre dos siglos

Su éxito literario en España lo alcanzó Blasco Ibáñez con el ciclo de novelas valencianas (“Arroz y tartana”, “La barraca”, “Entre naranjos”, “Cañas y barro”, “Flor de mayo”) en el que enfrentaba los valores de una supuesta Arcadia rural y marinera con la dura realidad del dominio económico que ejercían la oligarquía financiera y terrateniente y los poderes caciquiles y reaccionarios de la sociedad finisecular valenciana del XIX. El costumbrismo regionalista de estas novelas, que tan bien cronifican la Valencia de la Restauración, obedecía a motivos ideológicos, ya que Blasco Ibáñez trató de reflejar aquí su republicanismo federalista.
La crítica literaria del siglo XX situó al primer Blasco Ibáñez entre la tradición realista de la generación anterior y el naturalismo de Émile Zola, de quien era un rendido admirador. Algunos especialistas (C. Blanco Aguinaga) defienden su inserción en la Generación del 98.

El escritor y el político

Periodista propietario del diario “El Pueblo” y de las revistas “Bandera Federal” y “España con honra”, donde escribió miles de artículos, con frecuencia encendidas proclamas republicanas y anticlericales (su novela “La araña negra” es un manifiesto literario antijesuítico); editor con editorial propia (Prometeo) en la que publicó algunas de sus obras, ateo confeso y político muy cercano al pueblo (tal vez hoy se le calificara de populista), fue elegido diputado por Unión Republicana en siete legislaturas.
Sufrió una de sus mayores decepciones cuando en 1903 Rodrigo Soriano, su más fiel colaborador político, lanzó graves acusaciones contra él. Para rehacer su imagen pública y salvaguardar su carisma de revolucionario, abordó la redacción de cuatro novelas de tesis, “La catedral”, “El intruso”, “La bodega” y “La horda”, cuyas tramas situó en un plano sociopolítico que reforzaba su ideario republicano y federalista.
En 1909 renunció a su acta de diputado, decepcionado por el devenir de la política española. Estuvo unos años en Argentina, país en el que tenía buenos contactos gracias su labor como corresponsal en Madrid del diario “La Nación” de Buenos Aires. En aquel país fundó las colonias agrícolas de Corrientes y Nueva Valencia y escribió algunas novelas sobre la emigración. De regreso a Europa se exilió en París durante la Dictadura de Primo de Rivera.
Blasco Ibáñez escribió incansablemente y produjo una obra gigantesca que abarcó géneros diversos, desde el costumbrismo a “Los Borgia” y “Sonnica la cortesana”, su aportación a la novela arqueológica europea, de moda durante la segunda mitad del siglo XIX con títulos como “Los últimos días de Pompeya” de Edward Bulwer Lytton, “Ben-Hur” de Lewis Wallace, “Quo Vadis” de Henryk Sienkiewicz. También experimentó con la novela de introspección sicológica en “La maja desnuda” y “Sangre y arena”.
Su mayor éxito internacional le llegó con una novela sobre la guerra europea, “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, que abría una trilogía sobre la Primera Guerra Mundial que completó con “Mare Nostrum” y “Los enemigos de la mujer”. En Estados Unidos “Los cuatro jinetes del Apocalipsis” vendió cientos de miles de ejemplares y Hollywood la adaptó al cine con Rodolfo Valentino como primer actor (una segunda versión sería dirigida por Vincente Minnelli). Su popularidad en aquel país le valió a Blasco Ibáñez su nombramiento como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Washington.
Después de su éxito internacional regresó a España y se instaló en Valencia, y más tarde se trasladó a Menton, en la Costa Azul francesa, donde adquirió un popular chalet al que bautizó con el nombre de Fontana Rosa, en recuerdo de otro, La Malvarrosa, en su localidad natal, donde escribiera una parte importante de sus novelas.
Desde esta residencia francesa realizó numerosos viajes, de los que dejó huella en su trilogía “La vuelta al mundo de un novelista”. En Menton viviría hasta su muerte en 1928, el día de la víspera de su 60 cumpleaños, cuando escribía “La juventud del mundo”, una novela autobiográfica. Poco antes había confiado a sus familiares y amigos: “Yo quisiera que la mejor de mis novelas fuera mi propia vida”. En cierto modo lo fue.


                                          Periodistas en Español   DdA, XIV/3452                            

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