Dos asuntos que al paso de los años se van haciendo tradicionales: el discurso del rey en Nochebuena y el vestido de Pedroche y demás Presentadoras de las Uvas en Nochevieja. Este Lazarillo suscribe cuanto dice Yolanda Domínguez en el siguiente artículo, al tiempo que se abochorna del papel que le cabe al varón en este sainete de Antena 3 como atractivo y apolíneo presentador del cuerpo más que de la prenda de la mujer, porque, tal como dice la articulista, lo que ese vestido está poniendo en evidencia no es la
libre decisión de una persona, es que las mujeres en televisión sólo
somos cuerpos. Lo que ese vestido muestra es que las mujeres sólo
tenemos cabida en estos espacios si somos jóvenes, delgadas y blancas.
Lo que ese vestido expone es que nuestra única función es ser deseadas.
Lo que ese vestido enseña es que nuestra mayor aspiración es lucir una
prenda. Lo que ese vestido provoca es que al día siguiente de lo único
que se hable sea de nuestra apariencia. Esos son los valores que despacha noche tras noche de fin de año Antena 3, mientras -al día siguiente- el primer asesinato machista de 2017 inicia en Madrid con un apuñalamiento el cómputo de una de las lacras criminales más vergonzosas que año tras año viene soportando este país. Es muy significativo a este respecto que este tipo de violencia ocupe el lugar décimo octavo entre las preocupaciones de la ciudadanía, justo por debajo de la educación.
Como
viene siendo habitual en año nuevo, hoy es día de resaca y de hablar de
los centímetros de tela del vestido de Pedroche. Los directivos de
Antena 3 deben estar disfrutando de lo lindo viendo cómo despellejamos
viva un año más a una mujer opinando sobre su falta o no de decencia
mientras nadie menciona nada sobre la integridad de la cadena. Seamos
honestos, que se vea una teta o un culo a estas alturas ya no
escandaliza a nadie, lo realmente preocupante es lo que ese vestido deja
al descubierto: que tenemos una televisión casposa y rancia a la que le
importa un pimiento la desigualdad de género.
Dos minutos fueron
suficientes para transportarnos directos al pasado y vernos como Jesús
Gil rodeado de chicas, inmersos en el jacuzzi. "Vamos a ver qué hay
debajo de esta batamantaaa, enséñanos lo que hay debajo" farfullaba un
irreconocible Chicote en su peor papel hasta la fecha. "Has sido tú la
que nos ha calentado" le espetaba a la presentadora mientras tiraba de
la tela. "¡No soy una luciérnaga!" se quejaba ella. Unos segundos para
la publicidad y se abre la cortina que presenta el objeto de subasta. Un
par de planos cerrados cortan al cuerpo de Cristina Pedroche en
cachitos y nos lo sirven en bandeja (lo de retratarla entera con cabeza
incluida era demasiado pedir).
A
los pocos segundos ya arden las redes con todo tipo de comentarios, más
o menos afortunados, más o menos soeces, sobre la elección del modelito
y si ella ha estado acertada o no. En mi opinión hablar sobre
las decisiones morales de Cristina Pedroche es errar totalmente en el
tiro y quedarse en la superficie porque lo que ese traje está dejando al
descubierto no es el cuerpo de una mujer sino la falta de compromiso
social de nuestra televisión, que demuestra un año más no tener
escrúpulos a la hora de hacer caja. Nada importa que las mujeres
llevemos años pidiendo no ser representadas sólo como cuerpos. Nada
importa que aumenten cada día los casos de violencia de género y
reclamemos a los medios que se hagan cargo del importante papel que
desempeñan. Lo que realmente importa es ser 'trending topic' y llenarse
la cartera.
Lo que ese vestido está poniendo en evidencia no es la
libre decisión de una persona, es que las mujeres en televisión sólo
somos cuerpos. Lo que ese vestido muestra es que las mujeres sólo
tenemos cabida en estos espacios si somos jóvenes, delgadas y blancas.
Lo que ese vestido expone es que nuestra única función es ser deseadas.
Lo que ese vestido enseña es que nuestra mayor aspiración es lucir una
prenda. Lo que ese vestido provoca es que al día siguiente de lo único
que se hable sea de nuestra apariencia.
Pero el vestido elegido
por Antena 3 no sólo tiene la capacidad de exhibir sino también de
ocultar, porque detrás de cada transparencia también hay millones de
mujeres silenciadas, como por ejemplo las profesionales y expertas que
no aparecen en pantalla por no tener una talla 36 o ser mayores de 40.
Sin embargo los hombres no son elegidos por su físico sino por su labor
profesional y su edad tampoco parece penalizarles ni ser un hándicap,
allí estaban ellos luciendo sus canas, sus patas de gallo e incluso sus
michelines. Echamos de menos a Samanta Vallejo-Nájera y también a otras
cocineras de renombre a las que probablemente no llaman por no cumplir
los cánones que exige la cámara. Los tres cocineros (hombres) también
dejaban fuera de ese espacio a todas las mujeres que ayer se encargaban
de preparar las cenas de nochevieja en sus casas.
Que Cristina
Pedroche es estupenda se mire por donde se mire es indiscutible, lo que
sí es cuestionable e incluso reprochable es la falta de diversidad a la
hora de representar a las mujeres en los espacios de máxima visibilidad.
Que toda la expectación con respecto a la labor de las mujeres se base
en un vestido es lamentable. Que la única opción que tengamos las
mujeres para aparecer en pantalla sea sexualizadas es penoso y
totalmente criticable. Cada persona es libre para elegir cómo quiere
vestir y resaltar de sí misma lo que le dé la gana, pero además de su
dimensión personal los personajes que aparecen en los medios tienen un
carácter simbólico. Obviarlo es eludir una responsabilidad y Antena 3 se
ha vuelto a lucir una navidad más, ayer quien se quedó con el culo al
aire no fue la presentadora sino su propio posicionamiento como marca y
sus valores con respecto a la sociedad.
El Huffington Post DdA, XIV/3428
1 comentario:
Totalmente de acuerdo con el artículo. La telemierda lo impregna todo, salvo algún canal de pago.
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