domingo, 26 de julio de 2009

RATZINGER EN EL VALLE DE FRANCO*


Félix Población

Hace cincuenta años que la inmensa cruz del Valle de Cuelgamuros se alza sobre la Sierra de Guadarrama “para perpetuar la memoria de los caídos de nuestra gloriosa Cruzada”, según quedó escrito en el acta fundacional del faraónico monumento ideado por Franco, a imagen y semejanza acaso del monasterio que erigió Felipe II en la vecina localidad de El Escorial. La obra, iniciada en 1940, duró casi cuatro lustros y su coste total ascendió a más de 1.000 millones de pesetas de entonces, equivalentes a casi 340 millones de euros de hoy, algo más de 56.000 millones de pesetas. Las cifras son especialmente sangrantes si se considera la situación de miseria y extrema penuria que vivía el país.

Más costosa habría sido la edificación del elefantiásico recinto -en cuyas pilas bautismales podría bañarse Pau Gasol, según calcula José María Calleja en su libro El Valle de los Caídos- de no haber contado la dictadura franquista con una mano de obra forzada y sumamente barata. Gracias al decreto de redención de penas por el trabajo, en torno a 20.000 presos republicanos intervinieron en las obras. Del pago estipulado, 10,50 pesetas al día por trabajador, sólo llegaban a sus manos 50 céntimos. Dos pesetas eran entregadas a la familia y una más por cada hijo menor de 15 años. El resto quedaba a disposición del Estado. Sólo tres de aquellos obreros viven actualmente y pueden testimoniarlo.

A ese régimen de semiesclavitud había que añadir las duras condiciones climáticas del entorno, muy frías en invierno y demasiado calurosas en verano, así como la carencia absoluta de medios tecnológicos para verificar tareas tan laboriosas como horadar la roca sobre la que se asiente el monumento, excavar la cripta con el riesgo de contraer silicosis o arrostrar los peligrosos trabajos de altura en la gran cruz que sirve de seña de identidad a la basílica. Todo, por un chusco de pan y una lata de sardinas, o un plato de lentejas al día en el mejor de los casos.

A fin de ser catalogado el lugar como basílica, el régimen hubo de solicitar permiso al Papa Juan XXIII, que lo concedió a cambio de que se alterase el objetivo inicial para el cual fue concebido el monumento. Ocurrió en 1959, una vez terminadas las obras, y la condición impuesta por el pontífice fue que también se enterrasen allí los caídos por defender la República, con la recomendación -eso sí- de que fuesen católicos o al menos estuvieran bautizados.

De los miles de víctimas republicanas no hay constancia alguna, pero sí de los “caídos por Dios y por España (1936-1939)”. La memoria escrita de los muertos en la Guerra Civil -se decía en un reportaje publicado en El País hace un par de años- no merece en el Valle de Franco más que una breve anotación contable en tres gruesos volúmenes. Se calcula que son más de 50.000 los españoles enterrados y, posiblemente, como afirmaba el reportero, ningún registro de víctimas haya merecido un descuido mayor en cualquier otro lugar de Europa. Ese mismo descuido se le ha dispensado al recinto, sobre cuyo régimen jurídico subsiste en la actualidad un insólito vacío legal. Todos los gobiernos democráticos, durante treinta años, se han limitado a omitir su significación. Sólo al amparo de la llamada Ley de la Memoria Histórica se pudo “despolitizar” el Valle para pasar a ser exclusivamente un lugar de culto católico. Con todo, los turistas que visitan la basílica siguen recibiendo las mismas explicaciones que hace varios decenios. “Fue construido -se dice en los folletos- por iniciativa del anterior jefe de Estado, Francisco Franco, como símbolo de paz y como última morada de las miles de víctimas de la Guerra Civil Española (1936-1939)”.

Cuenta Fernando Olmeda en su documentado libro El Valle de los Caídos: una memoria de España que cuando Joseph Ratzinger visitó El Escorial en 1989 como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el hoy Papa Benedicto XVI mostró su interés por personarse en la basílica, según confesión del monje benedictino Anselmo Álvarez. Durante el par de horas que permaneció allí, subió a la base de la cruz y pareció muy impresionado por la grandiosidad y armonía del conjunto arquitectónico. “La imagen vespertina de la sombra de la cruz proyectada sobre el suelo da pie a Álvarez -relata Olmeda- a sugerir una idea a Ratzinger: Le dije que el juicio final sería a la sombra de la cruz, y que el Valle de los Caídos, como el valle de Josafat, parecía esperar ese día. Me contestó: ¡A ver qué trampa podemos hacer para conseguirlo!”. La cosa no quedó ahí, pues alguien -se añade en el libro- llegó a plantear la idea de que el lugar se convirtiera en centro de una nueva evangelización al que peregrinaran los católicos europeos con el pontífice a la cabeza, algo que a Ratzginger la pareció un excelente proyecto. El hoy pontífice, afirma Olmeda, rezó en silencio e hizo la señal de la cruz ante la tumba de Franco.

Auswitch fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO como lugar de la memoria, único destino digno que le cabe al actual Valle de Franco cuando sean erradicados del lugar su sepulcro y el de José Antonio. Benedicto XVI dijo en Auswitch hace tres años: “Sólo se puede guardar silencio, un silencio que es un grito hacia Dios. ¿Por qué, Señor, permaneciste callado?, ¿cómo pudiste tolerar esto?” En lugar de unas reflexiones de similar cariz, a tono con la barbarie de una guerra civil y una posguerra represora, Ratzinger recapacita en Cuelgamuros de muy otra guisa. Sobre el mausoleo del dictador victorioso, gracias al apoyo armado de Hitler y Mussolini, lo más seductor para el actual pontífice era crear un centro de peregrinación al que acudiesen los católicos de Europa, víctima de la vesania nazi, cuyo parlamento en Estrasburgo condenó el franquismo.

(*)
Artículo publicado hoy domingo en el diario Público.

5 comentarios:

juan losada dijo...

sois tremendamente retorcidos,malos de nacimiento y con muy mala leche.me dais asco

Anónimo dijo...

Franco no se merece cruz sino infierno.

Ledes dijo...

Por las generaciones que me precedieron y padecieron guerra y represión, el Valle de Franco es un insulto a los cristianos y a los demócratas.

Anónimo dijo...

Articulo, acertado y veraz, recuerdo perfectamente aquellos, años, y a los que trabajaron en su construcción.- Es una imitación del "brutalismo" nazi de Speer, arquitectura, que al contrario que aquí, en Alemania, ha desaparecido

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho el artículo porque deja clarísimo el origen y razón de un mausoleo en honor a un dictador y cuyo destino no puede ser otro que recordar la historia de ese dictador, a menos que sigamos en una dictadura.

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