Que Feijóo, y los 30 casos de corrupción pendientes de juicio de su partido, después de llegara a la presidencia del PP tras el resbalón en la ducha de quien denunció chanchullos familiares en Madrid, sea presentado por los grandes medios de comunicación como la solución a los problemas de una España putrefacta, nos confirma que todo esto, definitivamente, va de otra cosa. Esa cosa tiene que ver con controlar medios, jueces, policías y empresarios. Que Sánchez no controle ni lo que pasa en la secretaría de organización de su partido nos habla de un futuro oscuro para la izquierda de este país. La solución a todo esto -entiende Tecé- tiene que ver con lo que hará Pedro Sánchez y también con exigir que las estructuras de la democracia –política, medios, jueces, policía– dejen de ser un estercolero que nos haga tener que conformarnos con peticiones de perdón y dimisiones que llegan cuando el bochorno es ya evidente.
Gerardo Tecé
Uno lo intenta, pero es complicado no salpicar a tus hijos con tus muchos defectos. Ser futbolero, fan de ese turbio negocio de millonarios tatuados sin demasiada gracia, es uno de ellos. Entendí que algo no iba bien, que no había puesto diques suficientes para proteger a mi hijo de tres años, cuando apareció Pedro Sánchez por televisión dando explicaciones sobre el caso Cerdán y me preguntó en qué equipo jugaba y si la cara de serio era porque habían perdido. Sí, de paliza, le dije. Bastante tiene con haber descubierto el fútbol como para descubrir la política.
Hace año y medio, poco después de renovar el cargo de presidente en contra de toda encuesta, comenzó una nueva campaña contra Sánchez llamada “Pedro es un corrupto”. Una superproducción financiada por los mismos autores de campañas anteriores que nunca acabaron de ser el éxito que se esperaba, aunque todos recordemos los títulos: “Pedro rompe España”, “Pedro destroza la economía” o “Pedro es un dictador” son algunos de los más memorables. Han sido años de intentos desesperados. Años de sacrificio infructuoso hasta que la industria del antisanchismo, por fin, se ha encontrado esta semana con una alegría más que merecida. Al contrario que tantos otros escándalos de cartón piedra, lo de Santos Cerdán sí es real. Lo sabemos todos. También los votantes de derechas. Miren a los ojos al que tengan más a mano y descubrirán un brillo de ilusión que hace una semana no existía. Pregúntenle directamente por qué celebra con champán lo de Cerdán si ya se sabía que estábamos ante un dictador cuya mujer, hermano o fiscal general eran miembros de una mafia organizada. Les devolverán una sonrisilla cómplice con la que querrá decir que no eran tontos, sino un voluntarioso eslabón en la cadena de distribución de propaganda que hoy, por fin, puede celebrar algo real.
Si todo esto tuviese algo que ver con la ética y la responsabilidad, Sánchez debería irse de inmediato. No es aceptable que, quien nombró sucesivamente a dos secretarios de organización del PSOE protagonistas de una trama de mordidas a cambio de contratos públicos, siga al frente del país. Pero, como demuestra que el PP de los 30 casos de corrupción pendientes de juicio, los martillazos a discos duros, los Villarejos, los Luis sé fuerte y la Kitchen, se postule ante la sociedad española como el remedio ante tanta corrupción, esto nada tiene que ver con la ética. Que Feijóo, que llegó a la presidencia del PP tras el resbalón en la ducha de quien denunció chanchullos familiares en Madrid, sea presentado por los grandes medios de comunicación como la solución a los problemas de una España putrefacta, nos confirma que todo esto, definitivamente, va de otra cosa. Esa cosa tiene que ver con controlar medios, jueces, policías y empresarios. Que Sánchez no controle ni lo que pasa en la secretaría de organización de su partido nos habla de un futuro oscuro para la izquierda de este país.
Desde esa izquierda muchos tratan estos días de empatizar con el presidente del Gobierno y el Partido Socialista. No es lo mismo cortar cabezas cuando sale a la luz un caso así, que tratar de taparlo mediante policías corruptos como hizo el PP en su momento, dicen. No es igual salir y pedir perdón que esconderse para mandarle ánimos por SMS a un ladrón, se esmeran en explicar. La lista de justificaciones cuando el corrupto aparece en el bando propio puede ser infinita y muchas veces hasta razonable. Pero quizá, por una vez, podíamos probar a empatizar con nosotros mismos. Con quienes no robamos, pagamos impuestos y no tenemos por qué soportar que un solo céntimo acabe en un concurso público amañado por personajes salidos de una película de pillos de serie Z. La solución a todo esto no sólo tiene que ver con lo que hará Pedro Sánchez. Tiene que ver con exigir que las estructuras de la democracia –política, medios, jueces, policía– dejen de ser un estercolero que nos haga tener que conformarnos con peticiones de perdón y dimisiones que llegan cuando el bochorno es ya evidente. Cuando los jueces dejen de retorcer investigaciones fabricando casos falsos, cuando la policía abandone aquello de filtrar los lunes e investigar filtraciones los martes según la conveniencia política, cuando los medios amen su oficio más que la publicidad institucional del presidente autonómico corrupto que paga sus sueldos, entonces estaremos listos para hablar de limpieza y asunción de responsabilidades. Mientras tanto, como las opiniones son gratis, la mía es que en política eres responsable de lo que pasa en tu entorno y que Sánchez debería irse. Supongo que en esto coincido plenamente con aquellos que apoyan con entusiasmo a Ayuso, a su novio y a su hermano. Así está el patio. Igual no ha sido tan mala idea descubrirle el fútbol.
CTXT DdA, XXI/6.012