Vuelve con este texto Diego Cañamero Valle a contarnos unos recuerdos más de su niñez andaluza, campesina y precaria. Los hace con la encomiable precisión de su memoria y el acertado estilo de la sencillez expositiva, por lo que desde este modesto DdA le instaría a que se animara y tratara de hacer acopio de sus vivencias para escribir un libro, con las mismas posibilidades de interés que tiene siempre, al menos para este Lazarillo, lo que nos cuenta. Creo haberlo dicho ya en otra ocasión, pero me parece oportuno insistir porque quien conoció en su propia familia la vida de trabajo y estrecheces que afectó al campesinado andaluz durante la dictadura, tiene en Cañamero a la persona más indicada para que no caiga en el olvido.
Las lluvias de estos días han penetrado en la Tierra hasta conseguir que las alúas (hormigas voladoras) salieran a la superficie inundando el cielo. Estos insectos son un festín de comida para las aves (gorriones, jilgueros, chamarines, verderones, mosquiteros, tordos, trigueros, cogujadas, terreras…). Estas variedades de hormigas suelen salir después de las lluvias y cuando el sol hace su aparición.
Antiguamente, en la época en la que la caza era una parte muy importante para los ingresos de las familias en el medio rural, se cogían estos insectos y se guardaban en cajas de cartón o de madera y se les iba alimentando con papel de traza, boñiga seca de vaca o cuscurro de pan duro. Cuando no llovía en el tiempo en el que se necesitaban estas hormigas, se echaba agua en los agujeros de los hormigueros para que salieran ya que, estos insectos se utilizaban como señuelo en las costillas, percha, trampas, para atrapar a las aves que después las familias las utilizaban como alimento o que, simplemente eran vendidas o cambiadas mediante trueque por garbanzos, judías, lentejas, café, azúcar...
Este caso que he mencionado era el de mi familia: mi hermano mayor (José), que ya tiene 80 años, era un experto en la caza y suponía un alivio para el sustento de la familia.
Él utilizaba lazos y cepos para los conejos; durante el día, las costillas para las aves y para cazar de noche, el cencerro y la candileja.
Leyendo esto habrá muchos/as que os preguntaréis: "Pero, ¿cómo se pueden cazar los pájaros haciendo ruido con un cencerro?
La explicación es la siguiente: hace 60 años, en el medio rural abundaban los rebaños de ovejas, cabras, vacas... y a una parte de ellas se les colgaban campanillas y cencerros para que los cabreros, pastores y vaqueros supieran por donde iban andando de noche. Por costumbre, las aves ya tenían este ruido asimilado y familiarizado y por eso no se asustaban ni huían de ese sonido. Por eso, los cazadores de por la noche utilizaban el cencerro y una candileja de luz (un recipiente de lata y un candil dentro con aceite y una torcía), para poder ver a los pájaros que estaban durmiendo en el suelo.
Éstos, con el ruido no se movían y con la luz eran deslumbrados, permitiéndole al cazador pisarlos con el pie.
De hecho, en una ocasión, mi hermano se presento en la casilla donde vivíamos con 50 docenas de pajaritos que había cazado durante la noche. Esto lo hacía mi hermano cuando sólo tenía 14 años y solía cazar sólo de noche. Su sitio preferido eran los presillos de los toros bravos. Los presillos son el lugar donde se apartan los toros que son destinados a ser toreados en una corrida.
Era allí porque él sabía que allí no se metía nadie ya que era más peligroso y también porque allí siempre había más pájaros.
Esta práctica que os cuento se hacía en invierno, con poco viento para que no se apagara la candileja y por supuesto sin que la luna estuviera fuera para no ser visto por los pájaros, es decir, en las llamadas: noches oscuras. A estas noches se les llamaban "quitahambre". El sonido del cencerro retumbaba en los estómagos vacíos, el humo negro de la candileja era retenido en las cejas y viseras de la gorras, el rugido de los toros bravos al pasar a su lado hacían temblar tu cuerpo. Cuando te sorprendía la lluvia, se te mojaba el alma y el pan del día siguiente. ¡Cuántos días de invierno hemos visto llamar el hambre en nuestras puertas! ¡Cuántas noches hubo que apagar la candileja y salir corriendo cuando estábamos cazando para evitar la envestida de un novillo!
La Dictadura Franquista nos lo prohibió todo e incluso el pan había que buscarlo a escondidas y llenos de miedo.
DdA, XXI/6151

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