De respetados y consejeros en las sociedades antiguas, a esto. Todos somos mientras producimos una previsión de ingresos en la sociedad vigente, así que el neoliberalismo considera que, sin producir, debemos serlo con mayor motivo. Incluso hasta el extremo de privarnos de la sanidad que hemos pagado cuando se sufre una pandemia y esa desasistencia provoca la muerte de los ancianos enfermos, tal como ocurrió en este país (casi 8.000 en Madrid), muertes hasta ahora impunes:
Juan
José Millás
Nadie nos obliga a
comprar en un supermercado concreto, ni a contratar un seguro determinado, ni a
vivir en un edificio gestionado por
tal o cual fondo buitre. Somos, en apariencia, individuos con
capacidad de elección. Pero, si lo examinamos con calma, esa capacidad es un
espejismo semejante al que quizá tengan las gallinas en el interior del corral.
Los grandes grupos
empresariales —la distribución, la banca, la salud
pública externalizada, la vivienda convertida en mero producto
de mercado, las
residencias de mayores gobernadas por colosos del dinero— fingen
seducirnos, pero en realidad nos seleccionan como piezas de su engranaje
industrial. La libertad que creemos ejercer es la última fase de un proceso en
el que nos inscriben antes de nacer. Piénsenlo: algoritmos que
anticipan nuestros gustos, empresas que moldean nuestros hábitos,
instituciones que fijan los entornos en los que nos movemos, partidos políticos
que actúan como correas de trasmisión de tales entramados.
El ejemplo más feroz tal vez sea el de las residencias de
ancianos, convertidas en tuétano de un negocio global donde los residentes son
meros activos financieros. De ahí que durante la
pandemia de la covid murieran (solo en Madrid y abandonadas a su
suerte) casi 8.000 personas mayores sin que nadie
haya respondido por esta masacre todavía. La vida de una vieja o de un
viejo institucionalizados no es más que una previsión de ingresos. Y si esto
ocurre en el tramo final de la existencia, ¿por qué habría de ser distinto en
las etapas anteriores? Los supermercados nos segmentan, las plataformas de
entretenimiento nos perfilan, las aseguradoras nos calculan, los fondos
inmobiliarios nos eligen o descartan como inquilinos garantizados. Cada uno de
estos actores casi monopolísticos nos va colocando un collar invisible. Aunque
no sintamos su tacto en la piel, podemos percibir, si prestamos atención, los
tirones de la correa. Son nuestros amos.
El País DdA, XXI/6196

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