En el año 2018 un grupo de espeleólogos se encontraba buscando los restos de Eloy Campillo, muerto por el guerrillero Juanín, en 1945, quien le pegó un tiro y arrojó sus restos a un pozo.
Unos días después del hallazgo, la Guardia Civil rescató más huesos y cuando comenzó a recomponer el cadáver surgió el enigma. Ahí no solo había restos de un hombre, sino también de una niña de entre 12 y 14 años que había muerto unos 15 años después. Nadie en los pueblos de alrededor supo decir quién era ni consta ninguna denuncia de desaparición. La mandíbula inferior de la chica estaba tan bien conservada que podían verse las dos muelas del juicio que apenas asomaban. También se hallaron parte del cráneo, costillas y huesos de ambas piernas: en total, el 18% del esqueleto.
Los fragmentos de cráneo recuperados muestran marcas de un grave traumatismo. Pudo ser debido a la caída fortuita en la sima, pero igual de probable es que fuese un homicidio. La muchacha no presentaba roturas en las extremidades, que es lo que debería esperarse tras una caída de al menos 120 metros. El entorno de la sima es un lugar aislado. La boca es estrecha y puede convertirse en una trampa mortal si ha nevado y se pasa por encima.
Los espeleólogos llegaron a la sima en octubre de 2018 y pasaron dos jornadas poniendo hasta 27 anclajes para cuerdas en la pared de la sima. Al bajar se toparon con una repisa a 120 metros donde recogieron huesos. El fondo, a 180 metros de profundidad, era una cámara de unos de seis metros de diámetro donde había más restos humanos mezclados con otros de animales probablemente despeñados. Después de cinco horas de trabajo volvieron a la superficie con un saco lleno de huesos que dispusieron en una sábana blanca.
DdA, XXI/6130
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