Manuel Maurín
Greta ha acertado al encadenar y vincular la lucha contra el cambio climático global y el genocidio que sufre Palestina como productos, ambos, del sistema imperialista depredador de naturaleza y de humanidad que domina el mundo. Y lo ha hecho aunando la serena reflexión teórica con el activismo radical y la arriesgada exposición personal ante amenazas tan poderosas como las del estado genocida de Israel y el conjunto de las potencias occidentales.
Estigmatizada y ridiculizada por los poderes políticos y mediáticos, considerada como una intrusa oportunista y una niñata pequeño burguesa por muchos militantes de la izquierda política, sindical e incluso ecosocialista, Greta ha venido mostrando una coherencia ideológica, una fortaleza intelectual y un arrojo personal muy superior a la de sus detractores. Aquellos que, en palabras de la propia Greta, solo se quedan, cumbre tras cumbre y campaña electoral tras campaña electoral, en un lamentable e inoperante “bla, bla, bla”.
Para mí, Greta es ya un icono comparable a Espartaco, al Che o a Mandela. Una gigante que muestra a los demás el camino abriendo con su propio cuerpo la senda espinosa en la que tantos ideólogos se detienen mientras aguardan a que otros se la desbrocen para avanzar después sobre el terreno despejado y conquistar la gloria.
Pase lo que pase después, Greta ya ha entregado su vida por la humanidad.
DdA, XXI/6111
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