domingo, 21 de septiembre de 2025

ANTONIO RIVERO TARAVILLO Y TERESA MERINO



Marina Perezagua

Hace pocas horas ha muerto Antonio Rivero Taravillo. No voy a fingir que me afecta lo que pueda perder el mundo de las letras: hace tiempo que entiendo que esta profesión no salva a nadie. Tampoco voy a decir que el mundo ha perdido algo, un mundo al que le arrancamos capas y capas de vida como a un pez se le descama la piel fuera del agua. Pero el microcosmos que rodeaba a Antonio sí ha sufrido una pérdida. Las personas que le querían. Pienso, en primer lugar, en Teresa Merino, su mujer. Y al pronunciar su nombre ya no sé sobre quién voy a escribir. Teresa. Antonio.

Antonio tenía cáncer. Yo tenía mis problemas, sólo eso, mis problemas. Yo estaba en Nueva York. Teresa en Sevilla. Me enviaba audios de minutos, muchos minutos. Siempre comenzaba alentándome, no se le olvidaba ningún detalle, era un interés sincero, amoroso, profundo. Así, con un cuidado tierno, iba levantando mi día del suelo, mientras su marido se iba muriendo. Sólo luego, con un suspiro apenas, abría la puerta del dolor propio: la tos de Antonio. Sus pulmones. Estadio cuatro. La respiración que acaba convirtiendo toda la casa en un pasillo estrecho. Yo vivía la tos de Antonio como si hubiera estado sentada al borde de la cama. Porque Teresa contaba el color, el sonido, el olor. Toda guerra tiene su idioma y ella aprendió a hablarlo en pocos días. No lo exhibía; lo usaba para hacer transitable lo que no lo es. Gracias a Teresa, la marcha de Antonio ha sido uno de los procesos de muerte más bellos, conmovedores y generosos que he conocido.

Teresa sabe traducir el cuerpo, esos pulmones amados que intentaban abrirse paso como si la noche tuviera costillas. En su voz, la tos era un paisaje y no un síntoma: un desierto azul con caravanas que avanzan a golpes de aire. El aire de Teresa. Un boca a boca. Teresa estiró el tiempo como quien abre charcos en un jardín no sólo para apagar la sed de los pájaros, sino para que, por unos instantes más, puedan refrescarse las alas y seguir cantando en círculos sobre un hombre exhausto. No he hablado con ella aún, de modo que no puedo escribir los detalles más personales, ojalá pudiera, ojalá pudiera homenajear a esta mujer viva compartiendo todo lo que sus palabras me han dado.

La vida de Antonio se alargó gracias a la vitalidad y alegría de Teresa. Fue aquella que no se permitió entrar dócilmente en la buena noche, con su manera de poner orden en la sombra para que Antonio pudiera respirar cinco minutos más, diez, una tarde entera. O salir al patio, unos minutitos. Sólo eso. A eso aspiraba al final. Segundos. Un patio de Sevilla.

Hay muertes que se celebran con adjetivos y flores de catálogo. Esta no. La muerte de Antonio es una muerte donde palpita una vida. Con Teresa abriendo ventanas. Una coreografía precisa, exacta, de quien sabe que el verdadero amor también acaba siendo una fina técnica de supervivencia. Teresa fue esa rabia, rabia contra el ocaso de la luz. Hay una alegría que no niega la muerte: la mira de frente y se pone a su altura. Teresa ha sido esa alegría trabajada, con ojeras, con la voz rota a ratos y, aun así, firme. Teresa fue la desnudez, la yerba y frescor de la naturaleza en un entorno plástico y cosmético, la sonrisa, la mujer de ojos como meteoritos varados en brillo. Teresa fue la mejor quimioterapia. Una cura alegre y sin veneno. Una mujer en un tiempo en que cada vez me siento más desconectada de lo que quiera que sea una mujer o un hombre, o yo misma. Pero entre tantas incertezas sí estoy segura de esto: Teresa es una mujer. Y Antonio fue un hombre.

No quiero convertirme en la cronista del dolor de nadie. Quiero agradecer. Agradecerle a Teresa que, mientras su marido se moría, me cuidara. Que en un mundo donde todo el mundo dice «yo», ella dijera «tú» antes que nada. Que creara un pequeño océano para mí dentro de su propio cuerpo en llamas.

Así se ha ido nuestro queridísimo Antonio. Una muerte encendida con una vida dentro. Teresa.

No hay grandeza más grande que la generosidad. Ni siquiera la de la muerte.

JET DOWN

No hay comentarios:

Publicar un comentario