José Ignacio Fernández del Castro
«...Seguía mirándola, y en su rostro se reflejaba algo así como una pena, como un sentimiento de culpabilidad por no ser más que eso, un robot. Sintió de repente un choque en su interior. Y se preguntó si lo era en realidad, si era un robot...» Pedro Domingo Mutiñó, conocido literariamente como DOMINGO SANTOS (Barcelona, 1941):
Gabriel, Historia de un robot (1962).
La voluntad de razón unitaria (neoliberal) esta, aquí y ahora, sobrevalorada... O, al menos, carente de adecuadas respuestas que la conviertan en algo más que un tópico contrafactual.
Es curioso que, cuando las filosofías de la sospecha (Marx, Nietzsche y Freud, como nos mostrara Paul Ricoeur a mediados de los sesenta) han logrado poner en solfa los distintos intentos de sustentar una razón unitaria en la modernidad, haya quedado el camino expedito para que el liberalismo rampante más adamsmithiano (nada matizado por la tolerante bonhomía de Hume o por los destellos solidarios del utilitarismo de Stuart Mill o del pragmatismo de Dewey)… Es decir, un liberalismo (con poco de neo) centrado obsesivamente en el egoísmo como principio básico del desarrollo de las sociedades, convertido en discurso único, sobre lo posible y hasta sobre lo deseable, que asienta sus reales por doquier.
Es curioso que mecanismos simplistas y absolutamente metafísicos del devenir de la economía y la sociedad, como la mano negra del mercado o las irrealizables condiciones de la competencia perfecta, sean hoy aceptados como un totem sin apenas discusión pública (y muy escasa disidencia privada). Todos sabemos, lo vivimos cada día, que la negritud de los mercados no está tanto en su mano, sino en sus intenciones (un campo de estudio, en todo caso, más sociológico y psicológico que económico)... También sentimos, cada vez que entramos en una gran superficie al uso, la completa imposibilidad que, como consumidores, tenemos del más mínimo conocimiento sobre las verdaderas relaciones entre la calidad y el precio de los productos que se nos ofrecen (no digamos ya de las condiciones materiales de su producción).
Pero seguimos tragando... Y dejando que, bajo tanta hojarasca metafísica, la política (la verdadera política como arte de articular la convivencia para alcanzar el mayor bien común en una sociedad) sucumba bajo una forma de interpretar la economía como realización (egoísta) de los intereses de los poderosos.
Por lo menos, en la timocracia clásica los muy ricos se atrevían a gobernar directamente (aquí los intentos han sido notables y recientes, pero pocos y efímeros, porque los verdaderamente poderosos siempre han preferido controlar intermediarios políticos y voceros mediáticos a mancharse directamente las manos con decisiones manifiestamente impopulares)... Y es que, aquí y ahora, les resulta más cómodo actuar tras el telón de unas pseudodemocracias en las que sus testaferros políticos les hacen el juego y sus portavoces mediáticos lo legitiman. Por eso vemos a quienes ocupan los ministerios de turno (y sus colegas de casta) hablarnos repetitivamente, con fórmulas ritualizadas (incluso para el insulto) y ritmos sincopados (incluso para la psicopática sobreactuación), como títeres robóticos que son... Su botín (el de sus amos, el de sus portaestandartes de agitación y propaganda) es nuestra crisis recurrente. ¿Cuántos serán aún, en algún momento, capaces de sentir, ante el dolor que provocan en tantas personas, una mínima culpabilidad por ser lo que son y hacer lo que hacen?... ¿Y habrá alguien, entre ellos, capaz todavía de dudar, incluso, ante el recuerdo de los viejos días en los que también eran seres humanos y no marionetas robotizadas?.
RITOS CON CITA Y GLOSA (XXXIX) DdA, XXI/6069
.jpeg)
No hay comentarios:
Publicar un comentario