domingo, 24 de agosto de 2025

INCENDIOS: "SE HA QUEMADO LA CONFIANZA EN UN SISTEMA QUE PUDO HACERLO BIEN Y NO QUISO"

A pesar de su extensión y en virtud de su indudable interés, no nos resistimos a republicar en este modesto DdA la entrevista que hoy aparece en el diario leonés La Nueva Crónica con el ingeniero de montes, catedrático de la Universidad de León, promotor de Mirada Circular y autor de los planes de gestión de montes en Ponferrada, Alonso Fernández Manso, a la que el citado periódico le ha dado el siguiente y acertado titular, en relación con el desastre provocado por los incendios en la provincia y el noroeste del país, así como en Extremadura: La tragedia es el abandono como norma y la extinción como espectáculo. Quiere hacer notar este Lazarillo, a propósito de lo segundo, que no debería ser preciso en las informaciones e imágenes facilitadas por los canales de televisión, la inclusión de dramáticas ráfagas musicales para hacer precisamente espectáculo del mayor desastre ambiental que está soportando el país, con al menos cuatro víctimas mortales hasta la fecha y decenas de heridos. Es de toda lógica pensar que a quienes han perdido a familiares y amigos o han visto arder su vida (casa, bienes, ganado, tierras) no les guste que adornen su desgracia con músicas percusivas de fondo, porque lo que están viviendo pertenece a la existencia real de unos conciudadanos con los que los canales de televisión al uso, en lugar de hacer espectáculos con banda sonora como si fueran una película, deberían sentir y promover no sólo solidaridad sino algo de la indignación que afecta a las víctimas ante la negligencia o ineficacia de las administraciones: 



Mar Iglesias

Se pasa los días mirando las imágenes de los satélites, al tiempo que huele y toca la ceniza. Esa que le duele como berciano, porque Alfonso Fernández-Manso lo es por los cuatro costados, aunque su cuna fuera Valladolid. Y lo es por convicción, porque de él partió aquella Mirada Circular que hoy está carbonizada casi desde la pupila, sometida a fuegos que parecen tocar a los territorios más auténticos y también más vulnerables.  Ingeniero de Montes por la Universidad de Lleida y doctorado en el Departamento de Física Aplicada de la de Valladolid, en la actualidad es catedrático en el Campus de Ponferrada y llora amargamente lo que está pasando bajo las llamas. Era algo anunciado, previsible…pero al final, inevitable. La falta de gestión, de planes forestales que él mismo ha redactado y ha visto dejar en un cajón, son la cerilla que ha acabado poniendo de luto a un Bierzo que no se merecía asumir esta tragedia. Y eso dejará una cicatriz, ahora herida en la comarca que, en algún caso, puede ser irrecuperable. 

-¿Esto que está pasando era una tragedia anunciada?
-Sí. Y no solo anunciada: esperada. Desde hace años, científicos, técnicos forestales, vecinos del medio rural y gestores locales vienen alertando de que el monte es un polvorín. Sabíamos que el abandono rural ha disparado la acumulación de biomasa, que los ecosistemas están descompensados por la ausencia de ganadería y la falta de aprovechamiento agroforestal, que las sequías y olas de calor se agravan con el cambio climático, y que los planes de gestión están archivados. La tragedia no está en el fuego, que ha sido siempre parte del ecosistema. La tragedia es haber convertido el abandono en norma y la extinción en espectáculo. Responder con medios de extinción no es lo mismo que solucionar el problema. Lo primero es reacción; lo segundo, gobernanza. 

-¿Qué cóctel se ha dado para que esto sea imparable? ¿Quién ha encendido la cerilla?
-La pregunta sobre qué cóctel se ha dado para que los incendios sean imparables y quién ha encendido la cerilla exige distinguir entre causa inmediata y causa estructural. La cerilla puede ser una chispa, un rayo o una imprudencia; pero lo que convierte esa chispa en un incendio devastador es un sistema que durante décadas ha acumulado combustible en el monte sin gestionarlo. El cóctel es múltiple: condiciones climáticas extremas asociadas a olas de calor interminables, masas forestales abandonadas, despoblamiento rural con desaparición de las prácticas agroganaderas que mantenían un paisaje en mosaico, ausencia de quemas prescritas y manejo preventivo, prohibiciones que dificultan recuperar cultivos abandonados y políticas públicas que priorizan lo urgente frente a lo estructural.
El resultado es un territorio donde el fuego, que forma parte natural del ciclo ecológico, se convierte en catástrofe porque la estructura política y de gestión ha impedido manejarlo de forma inteligente y preventiva. No es el fuego el enemigo, sino la inacción acumulada. La tragedia que vemos en territorios como Extremadura, Castilla y León, Galicia o el norte de Portugal no es un fenómeno inesperado: sabemos de antemano cuándo y dónde se producirán los grandes incendios, podemos anticipar su intensidad y conocemos las herramientas para reducir su impacto. Los técnicos lo saben, los científicos lo han advertido, y los gobernantes lo saben también.
La responsabilidad, por tanto, no se puede seguir descargando en el pirómano, el viento o la ola de calor. El factor determinante es la biomasa acumulada. Es cierto que la meteorología y el cambio climático son elementos clave, pero sobre ellos no tenemos capacidad de actuación directa. Sí la tenemos sobre el combustible: reducirlo con gestión activa, con prevención, con ordenación del territorio, con la implicación de las comunidades rurales. Esa es la parte que no se está haciendo. Y es ahí donde recae la responsabilidad política: porque estas tragedias son evitables. Gobernar significa resolver los problemas de la gente, y el de los incendios forestales es hoy uno de los más grandes y previsibles a los que se enfrentan nuestros territorios.

«Apagar un gran incendio puede costar millones de euros, mientras que las acciones preventivas apenas requieren cientos»

-Se habla de cambio climático, de incendiarios, de que no estamos preparados...¿qué es lo que está detrás de que esto suceda cada agosto?
-Cada verano España vuelve a arder porque seguimos empeñados en apagar incendios en lugar de gestionarlos: las administraciones priorizan helicópteros, aviones, cifras de efectivos y ruedas de prensa, mientras se olvidan de la verdadera prevención. El problema no es solo económico, porque la ciencia y la técnica saben lo que hay que hacer; lo que falta, una vez más, es voluntad política. En 2025 se están dando además las condiciones perfectas para que explotará un gran triángulo de fuego en el noreste peninsular: un latigazo hidrometeorológico con lluvias intensas y prolongadas entre marzo y mayo seguido de un verano extremo, un junio de récord histórico con temperaturas +3,6 °C por encima de la media que aceleró la sequedad del suelo y un agosto con una ola de calor de 16 días, sumada a un anticiclón de bloqueo con aire africano, que disparó el estrés hídrico y convirtió la vegetación en puro combustible.

«La «no gestión» en un factor de riesgo estructural, reforzado por la falta de sensibilidad patrimonial hacia espacios de alto valor»

-¿Qué se puede hacer frente a esta barbarie?
-Frente a esta barbarie, la solución no pasa solo por apagar incendios, sino por cambiar de raíz la forma en que gestionamos nuestros montes. Hace falta una estrategia integral que combine la gestión ecológica de la vegetación, el impulso a la ganadería extensiva y la recuperación del papel de los herbívoros salvajes como ‘bomberos naturales’. También es clave devolver vida productiva a las tierras agrícolas abandonadas eliminando trabas normativas que hoy castigan al agricultor, y consolidar brigadas forestales locales, estables y bien preparadas que trabajen todo el año en prevención. La propuesta es clara: actuar primero en el interfaz urbano-forestal, promover mosaicos de usos que integren agricultura de bajo impacto, quemas prescritas y silvopastoralismo, intervenir en zonas estratégicas como carreteras, crestas y puntos de agua, y avanzar con un ritmo realista, tratando cada año alrededor del 1% de la superficie forestal en las áreas de mayor riesgo y valor. No es una visión romántica, sino una necesidad: la inacción, disfrazada de conservación, es una trampa mortal que alimenta incendios cada vez más extremos e incontrolables. Y todo ello debe ir acompañado de una gobernanza más fuerte, con investigación rigurosa de causas, coordinación entre fiscalía y justicia, sanciones efectivas y campañas de prevención social que lleguen de verdad a la ciudadanía.

-¿Por qué hay tres planes de gestión forestal en un cajón sin aplicar en Ponferrada?
-La existencia de dos planes de gestión forestal redactados y nunca aplicados, como la Ordenación Integral de Montes de Ponferrada presentada en 2010 y revisada en 2020, refleja una combinación de incumplimientos legales, falta de voluntad política y ausencia de cultura de prevención. La Ley de Montes, en su artículo 39, establece con claridad que la elaboración y aplicación de los instrumentos de ordenación en los Montes de Utilidad Pública corresponde a la Consejería competente, pero en la práctica estos documentos se quedan sin presupuesto ni mecanismos de ejecución, lo que los convierte en meros ejercicios formales. Esta situación se agrava en el Bierzo, donde sólo el 8% de los Montes de Utilidad Pública cuentan con un plan en vigor y el 92% restante, unas 150.000 hectáreas sin gestión ordenada, ha sido precisamente el escenario del grave episodio de incendios de agosto de 2025. Se trata de un déficit de gestión forestal que convierte la «no gestión» en un factor de riesgo estructural, reforzado por la falta de sensibilidad patrimonial hacia espacios de alto valor ambiental y cultural como la Tebaida berciana.
En el Bierzo, la planificación de emergencias frente a incendios forestales brilla por su ausencia, a pesar de que muchos municipios aparecen en el Anexo III del Plan INFOCAL (Decreto 6/2025, de 27 de marzo), que los clasifica como de alto riesgo en zonas de interfaz urbano-forestal. No se trata de un trámite burocrático: esa catalogación responde a análisis técnicos y estadísticos que demuestran una vulnerabilidad real, con graves riesgos para la población, sus bienes y el entorno natural. La normativa es clara: la Directriz Básica de Protección Civil de Emergencia por Incendios Forestales (RD 893/2013) obliga a los ayuntamientos a elaborar un Plan de Actuación Local, aprobarlo en pleno y homologarlo en la Comisión de Protección Civil de Castilla y León. Sin embargo, la mayoría de los consistorios incumplen esta obligación y siguen sin contar con estos planes, dejando a sus vecinos desprotegidos ante un riesgo perfectamente identificado. 
La Fiscalía de Medio Ambiente, bajo la dirección de Antonio Vercher, ha dado un paso al frente e instado a los fiscales provinciales a investigar si los municipios afectados disponían de planes de prevención y, en caso contrario, a depurar responsabilidades penales contra quienes ignoraron un mandato legal. Para Vercher, la devastación causada por los incendios de 2025 no se entiende sin esta negligencia: la falta de planificación y la aplicación deficiente de medidas preventivas están en la raíz de la tragedia. Ha llegado el momento de exigir responsabilidades políticas y administrativas a los municipios que incumplen de forma flagrante una normativa que no es opcional, sino vinculante, y cuyo incumplimiento compromete la seguridad de las personas, el patrimonio y el medio natural. O mejor habría que aconsejar a nuestros responsables públicos que empezaran cada mañana releyendo a Gil y Carrasco para empaparse de la belleza y sensibilidad con las que sus libros ensalzan al entorno natural de Ponferrada. ¡Hace falta querer de verdad para poder gestionar!

-Este año sabíamos que la vegetación estaba imposible, aun así no se tomaron medidas preventivas para atajar los fuegos y al final, da la impresión de que interesa más emplear los medios y los dineros en la extinción ¿por qué no se consigue cambiar esa apuesta?
-La gestión de los incendios forestales en España sigue centrada mayoritariamente en la extinción, a pesar de que se reconoce que la vegetación acumulada hace que muchos veranos sean de altísimo riesgo. Esto ocurre porque la extinción es inmediata, visible y genera un fuerte impacto mediático y político: los helicópteros, las columnas de humo y las operaciones de emergencia convierten cada fuego apagado en un símbolo de éxito, mientras que las labores preventivas, realizadas en invierno, pasan desapercibidas y rara vez se valoran socialmente.
Además, la prevención requiere continuidad y planificación a largo plazo: mantener los montes gestionados, realizar tratamientos selvícolas, fomentar el pastoreo extensivo o abrir fajas de combustible. Son medidas más baratas y eficaces, pero que exigen presupuestos estables, coordinación entre sectores y una política que mire más allá de una campaña anual. Frente a ello, la extinción concentra recursos en un aparato operativo que se activa cada verano y que ha ido configurando una auténtica «industria del fuego», con contratos temporales, alquiler de aeronaves y despliegues mediáticos. La comparación de costes es contundente: apagar un gran incendio puede costar millones de euros, mientras que las acciones preventivas apenas requieren cientos o miles, con una relación coste-beneficio muy favorable —se estima que cada euro invertido en prevención puede ahorrar entre cuatro y siete en extinción y restauración—; sin embargo, los presupuestos siguen privilegiando la espectacularidad de la emergencia frente al sentido común de la gestión. La Declaración sobre la gestión de los grandes incendios forestales en España, promovida por la Fundación Pau Costa, ofrece la hoja de ruta más coherente y avalada por la ciencia: invertir en prevención, activar al mundo rural, crear paisajes diversos y resilientes y asumir la corresponsabilidad social con el fuego. Pero el cambio no llega porque el sistema está diseñado para responder, no para anticipar; de ahí que el verdadero reto sea equilibrar las inversiones, consolidar una prevención continua durante todo el año y transmitir a la sociedad que la hectárea que no arde gracias a un manejo previo vale tanto como la que se consigue apagar con un avión. Solo así se romperá la inercia que mantiene a la extinción como estrategia dominante

«La experiencia en incendios anteriores no se traduce en cambios, repitiéndose los mismos errores, como si fueran inevitables»

-Ahora, la escalada del fuego parece imparable. ¿Podremos recuperar lo que estamos perdiendo?
-Podremos restaurar parte de lo perdido tras los incendios, pero no todo: algunos ecosistemas tardarán décadas en regenerarse y otros nunca lo harán, mientras que el coste emocional, social y cultural resulta incalculable. Sin embargo, es posible recuperar resiliencia ecológica, mantener la memoria ambiental y fortalecer comunidades rurales activas, siempre que se adopten decisiones valientes basadas en inversión sostenida, normativas coherentes y una ciudadanía informada que no se limite a confiar en que «ya llegará el helicóptero». Para ello, se hace imprescindible una nueva repoblación del medio rural con condiciones similares a las que se promovieron en la Edad Media a través de foros, privilegios fiscales y proyectos productivos, de manera que se revierta la «tierra quemada» en la que se está convirtiendo buena parte del territorio. En última instancia, el fuego debe entenderse como el síntoma más visible de una enfermedad más profunda: la extinción de una cultura milenaria que integraba al ser humano en el paisaje y lo hacía corresponsable de su cuidado.

-¿Cree que esta vez sí aprenderemos algo de la tragedia o ya por los movimientos políticos que se estaban dando en medio de la vorágine pueda ser que no? Porque Ponferrada tuvo que salir a la calle para solicitar algo que debería ser técnico, el paso a nivel 3 de un fuego que nos golpeaba por todos lados, que evacuaba a más de mil personas...
-No sabemos si esta vez aprenderemos de la tragedia, pero las señales no son buenas: el hecho de que una ciudad como Ponferrada tuviera que salir a la calle para exigir algo tan básico como la declaración del nivel 3 en un incendio que arrasaba comarcas enteras y obligaba a evacuar a más de mil personas demuestra que el sistema falló desde el primer minuto. La expresión latina Doctrinae non discendae (enseñanzas no aprendidas) resume bien esta situación: la experiencia acumulada en incendios anteriores en Castilla y León no se traduce en cambios sostenidos, repitiéndose los mismos errores como si fueran inevitables. 
El resultado es un ciclo recurrente: cada verano regresa la amenaza, cada año se repiten los titulares, los incendios arrasan comarcas como El Bierzo o la Sierra de la Culebra y, una vez apagados los rescoldos, el combustible vegetal vuelve a acumularse, las infraestructuras de prevención se deterioran y el territorio se vacía, configurando un paisaje de riesgo permanente. Aprender realmente de estas tragedias implicaría aplicar de manera efectiva los planes ya redactados, corregir una legislación que en ocasiones castiga a agricultores y ganaderos que intentan regresar y reconocer que el fuego no puede erradicarse, sino que debe gestionarse con políticas preventivas y de ordenación del territorio; todo ello requiere valentía política, precisamente la que hoy parece ausente.

-¿El plan de gestión, aunque no se haya activido, tras lo que hemos visto, debe cambiar? ¿Qué debe contener sí o sí?
-No hace falta inventar nada nuevo, sino aplicar lo ya consensuado. Lo que se necesita es dar el paso de la teoría a la práctica, con una gestión forestal que deje de ser un mero documento y se convierta en acción real sobre el territorio. Eso implica evolucionar, adaptarse al nuevo contexto climático que multiplica la frecuencia e intensidad de los incendios, apostar por modelos de paisaje en mosaico que combinen bosque, pasto y cultivo para reducir la continuidad del combustible, establecer una zonificación real por riesgos y dotarse de herramientas de intervención adaptativa que permitan responder con eficacia a escenarios cambiantes. Todo ello debe hacerse con la implicación directa de las comunidades locales, porque sin su participación la gestión será siempre incompleta. Y, sobre todo, debe contar con presupuesto, continuidad y un sistema riguroso de seguimiento: sin estos pilares, cualquier plan seguirá siendo papel mojado, incapaz de transformar la realidad ni de proteger el territorio y a sus gentes.

-¿Qué coste tendría gestionar bien el monte frente al coste de apagar incendios?
-La comparación entre el coste de gestionar activamente el monte y el de apagar incendios forestales es tan clara como pedagógica: mientras extinguir un gran incendio puede alcanzar hasta 19.000 €/ha, aplicar medidas preventivas mediante gestión forestal activa —clareos, desbroces, quemas prescritas o mantenimiento de cortafuegos— oscila entre 300 y 3.000 €/ha, lo que significa que con lo que cuesta apagar una sola hectárea podrían haberse gestionado entre 6 y 60 de forma preventiva. Los estudios científicos avalan además una escala mínima de actuación: gestionar anualmente al menos el 1% del territorio forestal (unas 260.000 hectáreas), un umbral que, según las simulaciones de Finney et al. (2007), si se mantiene en el tiempo, permite crear paisajes más resilientes y defendibles. La inversión necesaria rondaría los 1.000 millones de euros al año para toda España, una cifra muy inferior a los miles de millones que generan los grandes incendios forestales en costes de extinción, pérdidas humanas, patrimoniales y ambientales, lo que convierte esta estrategia en una medida no solo eficiente, sino también urgente.
Este desequilibrio evidencia que la prevención no sólo es más barata, sino también más eficaz y sostenible a medio y largo plazo. Además, la gestión forestal activa no se limita a reducir combustible vegetal: genera empleo en el medio rural, contribuye a la fijación de población, favorece la recuperación de oficios tradicionales vinculados al monte y mejora la biodiversidad y la resiliencia de los ecosistemas. Por el contrario, la extinción concentra el gasto en un momento puntual, no soluciona el problema estructural de la acumulación de combustible y, a menudo, deja tras de sí un territorio más vulnerable.
En términos técnicos y económicos, invertir en prevención es multiplicar la eficiencia del gasto público: cada euro invertido en gestión forestal reduce significativamente la necesidad futura de recursos para extinción. En términos sociales y ambientales, significa proteger vidas, patrimonio, paisajes y servicios ecosistémicos. Por tanto, la pregunta no debería ser cuánto cuesta gestionar bien el monte, sino cuánto estamos dispuestos a seguir perdiendo por no hacerlo.

«No es solo el monte lo que se ha quemado, sino también la confianza en un sistema que pudo hacer las cosas bien y no quiso»

-¿Qué sentimiento tiene tras producirse toda esta tragedia tras ver que ha habido posibilidades para que no fuera tal y a las que se les ha dado la espalda?
-Una tristeza profunda y una rabia a flor de piel recorren a todos los bercianos, yo entre ellos. No es solo el monte lo que se ha quemado, sino también la confianza en un sistema que pudo hacer las cosas bien y no quiso. Duele constatar que había herramientas, recursos y conocimiento técnico-científico suficientes y que, aun así, se abandonó al territorio a su suerte. El abandono es estructural: un sistema que no solo ha dejado de invertir en la gestión forestal, sino que también ha vaciado y excluido socioeconómicamente al mundo rural, condenándolo a la despoblación y a la pérdida de oportunidades. Ni siquiera ha sido capaz, como se ha visto en los incendios de agosto de 2025, de garantizar la seguridad de las vidas y los bienes de sus habitantes. Y lo más doloroso es que ese abandono se traduce también en que muchas vidas de los operativos de incendios, nuestros queridos bomberos, se pongan en riesgo cada verano para suplir lo que debería haberse hecho antes desde la planificación y la prevención.  La solución no pasa por «limpiar el monte» indiscriminadamente ni por comprar más aviones, sino por valorar al sector primario como un servicio ecosistémico, invertir en mosaicos agroforestales y gestión territorial, reducir la continuidad y aumentar la diversidad estructural de los bosques, y asumir de una vez que sin intervención proactiva los incendios extremos serán ingobernables. Ese es el punto de no retorno que tenemos delante, y cada año que se pierda en debates estériles o medidas cosméticas será un año más en el que el fuego nos seguirá ganando la partida. Pero junto a esta profunda rabia me consuela la admiración hacia quienes, como los vecinos de Oencia, Compludo y tantas otras aldeas, se organizaron con tractores y desbrozadoras para salvar sus pueblos. Aquellos que siguen realizando «facenderas» y colectivamente protegen su monte y su cultura rural. A esa gente se le debe no solo respeto, sino también otra manera de entender y practicar la política. Para ello, necesitamos gobernantes valientes, comunidades empoderadas y territorios verdaderamente escuchados.

La Nueva Crónica DdA, XXI/6082

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